La última vez que se habló del “robo del VAR” en el continente fue tras el triunfo de Brasil sobre Argentina en Copa América el año pasado, cuando se reclamaron dos penales no cobrados y dos expulsiones no sancionadas. Javier Castrilli llevó la voz cantante, diciendo que “se trajo la tecnología para transparentar y terminó siendo un desastre, pero la culpa es de quienes lo operan”.
La confianza en el sistema quedó otra vez en entredicho esta semana en Montevideo, donde se puede aceptar una interpretación distinta a la nuestra, pero es difícil comprender por qué un juez delega la sanción de una jugada a un minuto del final —con la certeza de que el balón golpeó la mano de Coates— en dos colegas que operan una tecnología que “puede ser un desastre”.
En el mismo partido, como se ha recalcado, Eber Aquino revisó personalmente la jugada de la mano de Sebastián Vegas, que también era susceptible de interpretación, lo que significa dos criterios distintos aplicados en el mismo pleito por el mismo hombre, que es lo que verdaderamente confunde, preocupa y genera inquietud. Porque cuando se pierde la confianza en las instituciones, en todos los ámbitos, la sospecha lo contamina todo.
Paralelamente al derrumbe de nuestra fe en la justicia deportiva, la Conmebol y los árbitros, creció nuestra confianza en Reinaldo Rueda y la nómina de emergencia con la que afrontó esta fecha doble. El ordenamiento defensivo, la táctica empleada y la soberbia actuación de los experimentados de este equipo nos refrescaron la capacidad competitiva del colombiano, que tendrá una prueba aún más compleja este martes. A punto de romper la historia en el Centenario, el desafío que supone la escuadra de Queiroz es enorme, porque la visita trae una retaguardia muy sólida y un ataque contundente, aceitado y temible, que ya asombró a Europa el año pasado con los colores del Atalanta.
No está claro si la reticencia a convocar a más jugadores de la Universidad Católica —el indiscutido líder del fútbol chileno— está motivado por los conflictos con ese club en convocatorias anteriores, o un acuerdo tácito para ser equitativo mientras se disputa el torneo en paralelo. No fue en la nómina original donde hubo cuestionamientos, sino en los reemplazos necesarios para cubrir las plazas de quienes desertaron por razones médicas.
Rueda dio señales suficientes de su afán competitivo en los clubes y selecciones que dirigió, aunque en otras latitudes sus esmeros por comunicarse y establecer lazos fueron más efusivos y entusiastas que en Chile, donde ha elegido un camino más distante, quizás por la guerra civil interna en la que le tocó asumir y los impensados efectos del estallido y la pandemia. Esa confianza recuperada en Montevideo —la primera estación de un viaje largo y sinuoso— debería servirle para reforzar las certezas de la gente, que tras el debut volvió a ponerle fichas a la ilusión. Pero, como todos sabemos, las confianzas se ganan y se pierden con asombrosa rapidez en los días que corren. Por eso hay que cuidarlas.