Nuevamente se nos regala este domingo una de las parábolas del Reino presentadas por Mateo. Se trata de los invitados al banquete de bodas del hijo del Rey. Es sorprendente la insistencia con que el Señor se refiere al Reino como un banquete y una fiesta. En el lenguaje apocalíptico del Antiguo Testamento, como el de la primera lectura (Isaías), donde se habla que habrá manjares suculentos y vinos añejados, se trata de una realidad futura, que sucederá al fin de los tiempos, como una forma de justicia frente a las diferencias y desigualdades de esta vida. Cristo toma este concepto apocalíptico, pero no referido al más allá, sino al aquí y ahora. Es el Reino que comienza hoy, que está cerca, y se proyecta en una vida de plenitud incluso más allá de la muerte.
En la parábola, los distintos invitados se excusan de ir. Unos porque se niegan a salir de su situación de comodidad. Están cómodos con el poder, no necesitan del banquete, pues no tienen hambre ni sed de un mundo nuevo. Tal vez refleja a aquellos que han establecido una religiosidad estructurada, con sus ritos y normas, y no experimentan la necesidad de cambio en sus vidas. Otros están ocupados en sus riquezas y no tienen tiempo de ir al banquete. El mundo material los tiene atrapados y no se dan cuenta de lo que esta invitación significa.
Es entonces cuando el rey abre esta fiesta para que todos puedan participar en ella. La parábola especifica que son invitados buenos y malos, y así la fiesta se llenó de invitados. Claramente este banquete habla de la alegría que trae a todos el Reino de Dios. Por alguna razón algunos tienden a pensar que lo religioso es algo serio, medio triste, sin risas, más bien silencioso y un poco aburrido también. Tal vez se ve así cuando al centro se ha puesto el deber ser, y no el encuentro gozoso y transformados con Cristo. La fe cristiana no consiste en un conjunto de normas por cumplir, sino en seguir al Señor. El Señor no se cansa de insistir en que se trata de una fiesta: la muerte ha sido vencida con la resurrección de Cristo, y eso se traduce en vida para cada uno de nosotros. Por eso la fe trae alegría. Y no sólo para los cristianos, sino para toda la humanidad.
Es entonces cuando la parábola tiene un vuelco: aparece el rey y echó a quien no tenía el traje de fiesta. Es una reacción que nos incomoda, pues contrasta con la apertura de la invitación. Sin duda el texto se refiere a que en el Reino debemos vivir como hombres y mujeres nuevos, no bajo los criterios mundanos del hombre viejo, sino con “vestiduras nuevas”, con una nueva forma de mirar la realidad y comprometerse con ella desde el evangelio. No se puede ser cristiano, introducirnos en el Reino de Dios, en la propuesta de humanidad y mundo nuevo, pero vivir como siempre, bajo la lógica que ofrece el mundo, con su competencia, individualismo, búsqueda de riqueza, éxito y poder.
Al leer la nueva encíclica del Papa Francisco “Fratelli Tutti”, llama la atención, en los capítulos iniciales, el diagnóstico de cómo hemos convertido el mundo, en vez de un banquete de alegría donde todos nos encontramos, en una sociedad donde está presente la corrupción, los abusos y las búsquedas egoístas. En medio de este mundo desafiante, la propuesta es derribar los muros, establecer puentes y fortalecer la dimensión comunitaria de la existencia. La vida se desarrolla en plenitud cuando es en relación a otros. Vivir en sociedad implica reconocer que lo primero es el amor y lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, pues el mayor peligro es justamente no amar. Por eso, la tarea que tenemos es la de convertir el mundo y nuestra convivencia en un banquete donde todos celebramos la victoria sobre la muerte. Sin duda que es un desafío especial para nuestro Chile en este mes en que tenemos que tomar importantes decisiones de cómo queremos vivir en sociedad.
“La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda”.
(Mt. 22, 8)