Entre los grandes equívocos respecto del documental está la idea de que tu tema, tu personaje o la situación retratada debe ser “importante” o tener peso por sí sola. Por cierto que eso ayuda, pero es cosa de dar vueltas por el streaming disponible para advertir cuánto de ese material de no ficción “relevante” es esencial y cuánto simplemente relleno.
Ahí está el caso de “El dilema de las redes sociales”, ese documental de Netflix que se desinfla apenas plantea su punto, listo para ser olvidado antes que hagamos clic en lo siguiente. Y ahí también, pero en el extremo contrario, se encuentra el recién estrenado y singularísimo “Descansa en paz, Dick Johnson”. ¿Quién es el señor Johnson del título? Nadie conocido, realmente. No es más que un psiquiatra, obligado a jubilarse después de un diagnóstico de alzhéimer y en pleno proceso de cambio de vida; una persona muy querida por sus amigos, pacientes y sobre todo por su hija, la cineasta Kirsten Johnson, la que —en parte para conjurar el dolor de la enfermedad y en parte para distraerlo de ella— le propone a su viejo algo insólito: invitarlo a imaginar y a filmar diferentes escenarios en los que él muere. Dick caído en las escaleras. Dick aplastado por un aire acondicionado, en plena calle. Dick convertido en puré contra un camión. Dick en el ataúd. Dick en el cielo, rodeado de su familia, amigos y su mujer (quien también sufrió de alzhéimer). Puesta en palabras, la premisa quizás suena extraña y hasta macabra, pero en imágenes la sensación es contraria, al cien por cien: Johnson disfruta el proceso como cabro chico. A las órdenes de su hija, repitiendo tomas, rodeado de dobles de acción y efectos especiales, Dick se convierte —en efecto— en el “jovencito” de la película, y deja claro algo que damos por sentado en el arte, pero rara vez en la vida: que todo lo que nos rodea es puesta en escena; sobre todo la posibilidad de nuestra muerte, sobre todo la idea de que tarde o temprano, ya no seremos más.
Kirsten Johnson ya había explorado el tema en algunos rincones de su magnífica “Cameraperson” (2016), un documental acerca de su trabajo como camarógrafa en decenas de cintas independientes. Allí exponía las únicas imágenes que conserva de su madre viva, todas filmadas cuando ya se encontraba en un avanzado estado del síndrome; fragmentos de una persona que resultaba tan cercana y vital como irreconocible, a sus seres queridos. Para todos los efectos, “Descansa en paz, Dick Johnson” es una suerte de antídoto contra lo anterior; una obra concebida tanto en términos de testimonio como de regalo a la persona amada, en la que los recursos audiovisuales se utilizan (previsiblemente) para registrar los avatares de su enfermedad, pero también para “corregir” la realidad misma a la que el personaje se encuentra atado: Dick, que nació con una deformidad en los dedos de ambos pies, ve cumplido su deseo de verlos normales por fin gracias a un doble de cuerpo, aunque solo sea por unos pocos segundos en la pantalla.
La secuencia queda en la memoria durante largo rato, por su ironía y calidez, por su humor y sentido de la fantasía, pero además por la persistente sensación de que hay algo en la imagen móvil que conserva, amplifica y prolonga aspectos únicos de la vida. Observada bajo esa óptica, la historia del cine misma ya no tiene por qué resumirse en un ranking de mejores películas, rostros famosos, premios recibidos o temas “importantes”, sino que se vuelve un perenne intento de atrapar esas emociones, encapsular momentos, capturar impresiones fugaces, o —como le ocurre a Kirsten Johnson en su película— filmar la muerte de tu padre solo para verlo resucitar en la escena siguiente. Verlo vivo y frente a ti, otra vez.
Dick Johnson is Dead
Dirigida por Kirsten Johnson.
USA, 2020, 89 minutos. Disponible en Netflix.
DOCUMENTAL