“Declaro que la información ingresada por mí en este formulario es fidedigna y, por lo tanto, corresponde fielmente a la verdad. En caso de no serlo, me someto a las sanciones establecidas en el artículo 12 de la Ley N° 21.252”.
Eso había que firmar en la solicitud del bono de clase media. Pues bien, 438 mil personas mintieron, de las cuales 37 mil corresponden a funcionarios del Estado.
Hasta ahí nada que llame la atención. Algunos dirán que es la naturaleza humana, otros que es culpa del pecado original. Lo cierto es que es una prueba más de que las instituciones deben estar hechas para honestos y tramposos. Y la buena noticia es que los tramposos (y aquellos que se equivocaron) fueron descubiertos a tiempo.
Parece ser que, en este caso, las instituciones están funcionando.
El problema viene después. La justificación de la trampa; la contextualización. Tal como ocurrió con la violencia en el 18 de octubre, ahora han sido varios los que han intentado hacer lo mismo con este robo de recursos públicos.
Que Ponce Lerou, que la colusión de los pollos, que las farmacias y que tantas otras trampas que avergüenzan al país. Entonces, dado que hay tramposos dando vuelta, la trampa debe ser legitimada. Tal como se dijo en su momento que el modelo neoliberal era “tan violento”, que la violencia se justificaba como reacción al modelo.
Después vendría lo más vergonzoso…
La ANEF señaló que “hay una responsabilidad política del Gobierno”, afirmando que el bono “fue apresurado, fue inconsulto y a la carrera”.
Más tarde, la diputada Gael Yeomans (CS) y su par en la bancada PPD Raúl Soto hicieron un llamado al Gobierno para que haga un “perdonazo” masivo. Esto, tras declaraciones del Gobierno donde se habló de persecución penal a quienes no restituyan el dinero.
Pero faltaba más: los diputados Velásquez (Esteban) y Mulet presentaron un proyecto de ley que concede amnistía: “El Estado falló en la implementación del beneficio fiscal y no pueden pretender ahora que la ciudadanía, las trabajadoras y los trabajadores, paguen los platos rotos”.
Mientras tanto, ha pasado una semana y el contralor sigue en silencio. Tal vez el contralor más mediático desde que se fundó el organismo en 1927 o desde que existe algo similar a partir de 1541, no ha dicho nada en un escándalo que involucra 250 millones de dólares y que implica un probable acto de corrupción de funcionarios públicos. Ni siquiera su corpóreo Contralorito (una de los mayores signos de la degradación institucional vigente) se ha referido al tema.
Parece indispensable que la Contraloría condene el hecho y se ponga a trabajar, estipulando que en caso de comprobarse la adulteración de información, se instruyan los sumarios correspondientes.
Contrasta con el contralor, el director del Servicio de Impuestos Internos (que no está de más recordar que fue nombrado en el gobierno anterior), quien ha salido en defensa del erario público. La rápida detección del fraude es, además, una señal de que el instrumento —lejos de haber estado mal diseñado— estaba bien diseñado.
El mensaje estaba claro: solo podían acceder aquellas personas que habían tenido una caída de un 30% de sus ingresos en estos meses de pandemia. Y para agilizar el pago, frente a la permanente crítica de que el Gobierno llega tarde, el beneficio se basaba en una declaración jurada que sería corroborada dos meses más tarde. Tal como se hizo.
Algunos piensan que al Estado le sobra la plata; otros, que los billetes crecen en los árboles. No dimensionan que los recursos que no llegan al que más necesita va en directo perjuicio de los más pobres.
Parece que aquello a muchos diputados y a la ANEF poco les importa. Parece mejor que los 950 mil funcionarios públicos que no mintieron y los 4 millones de chilenos que tampoco lo hicieron pierdan. Por giles, por poco vivaldis, por huevones. El mundo es para los vivos. “Que el que no llora no mama. Y el que no afana es un gil”, como nos recordaba Santos Discépolo…
En los próximos días veremos dónde está la responsabilidad de cada sector político. Y veremos, también, si algunas instituciones dormidas empiezan a funcionar. Mientras tanto, tal vez sea momento de recordar a aquel premio Nobel de Literatura que nos dijo alguna vez: “No vale la pena jugar en un mundo en el que todos hacen trampa”.