Se acaba de publicar la segunda edición del libro del CEP sobre inmigración, editado por Aninat y Vergara. Este incluye un capítulo sobre inmigración y delincuencia que escribimos con Nicolás Blanco y Valeria Vega, usando datos de la Defensoría Penal Pública. La conclusión principal del estudio es que los extranjeros en Chile están fuertemente subrepresentados en la comisión de delitos y que, es más, su representación en delitos ha caído en los últimos años. Varios estudios recientes han llegado por distintas vías a la misma conclusión (Dammert y Sandoval, 2019; Leiva et al., 2020; SJM, 2020 y Ajzenman et al., 2020).
No obstante, en 2017 el 43% de los chilenos creía que los inmigrantes elevan los índices de criminalidad, seis puntos más que en 2003 (CEP). No estamos hablando aquí de un juicio moral sobre las bondades de la inmigración o de desavenencias sobre el sentido de las fronteras —propias de la vida política—, sino de una apreciación sobre los hechos. ¿Cómo se explica, entonces, una discrepancia tan fuerte entre las creencias populares y lo que los estudios concluyen de la evidencia empírica? Fenómenos similares se observan en muchos ámbitos. Tal vez el caso más claro sea el de las vacunas, las que, contra el consenso científico, suscitan la desconfianza de una de cada nueve personas en Chile o en EE.UU., y en Francia, de una de cada tres (Wellcome Global Monitor, 2019).
¿Será meramente un problema de falta de información? Sin duda que hay algo de ello. La mayoría de las personas destinan muchas horas al trabajo y en su poco tiempo libre privilegian el descanso o la entretención. En tanto, los medios y las redes sociales están plagados de información, pero no es fácil separar la paja del trigo, incluso si dejamos de lado que hay noticias cuya intención es desinformar.
Pero la falta de información no lo es todo. Las personas tendemos a buscar, interpretar, favorecer y recordar aquella información que confirma nuestras propias creencias. En palabras de Tolstoi, “la mayoría de los hombres —no solo los que consideramos inteligentes, sino incluso los que son muy inteligentes (…)— rara vez pueden discernir incluso la más simple y obvia verdad cuando esta los obliga a reconocer la falsedad de conclusiones que se habían formado, quizás con mucho esfuerzo —conclusiones que les producen orgullo, que han enseñado a otros y sobre las que han construido sus vidas”.
Yendo un poco más lejos, para algunos, con Marx, las ideas no son más que el reflejo del interés de clase, dejando poco espacio para un debate racional en que se contrasten posiciones legítimas. Tal vez una paradoja para un pensador que, como pocos, cambió el mundo con sus ideas. Esta visión desconfía de las ideas incluso cuando se trata de los hechos: los científicos son para Marx “servidores asalariados de la burguesía”.
Está por verse si los estudios sobre inmigración y delincuencia logran romper el mito. Está por verse en qué medida los medios (con intereses de sintonía) o los políticos (con intereses electorales) azuzan los temores, tal vez innatos, a los extranjeros en tanto desconocidos. Por de pronto, y de cara al proceso constituyente, cabe tomar nota de uno de los riesgos de la democracia directa.
Loreto Cox