El abogado Jorge Burgos publicó en La Tercera una nota titulada “El Profesor Fernández” (03/10/20). En ella manifiesta que el Presidente Alberto Fernández ha hecho poco por remediar “largos años de acumulación de errores en políticas públicas”. Deseo referirme a sus opiniones, que no puedo pasar por alto.
La descripción que hace de la situación económico-social de mi país no es mentirosa. Tampoco es injusta su afirmación de que “…culpar al profesor Fernández de este estado de cosas sería un exceso”. Sin embargo, la nota no termina allí. Hubiera debido recordar a Miguel de Cervantes: “…advierte que es desatino,/ siendo de vidrio el tejado,/ tomar piedras en las manos,/ para tirar al vecino”.
Siento, como prácticamente todos los argentinos, un dolor y una comprensión profundos por mis compatriotas que padecen semejantes aflicciones, cada uno en su esfera. Al mismo tiempo, agradezco lo que he aprendido en estos escasos meses de estancia sobre el país de Jorge Burgos, y la vida en términos generales.
Chile y sus habitantes me imparten todos los días lecciones que me permiten reflexionar, que me interpelan y me enriquecen. Desde el plano cultural al cotidiano; desde el institucional al afectivo. No digo esto por ser diplomático: embajador o no, me gusta llamar a las cosas por su nombre, y no me parece un sentimiento vergonzante la gratitud. Ya me tocará demostrarlo con actos.
Decía que la nota no termina allí y es una lástima que haya continuado. El abogado Burgos afirma que el Presidente Fernández se refirió a los episodios del 18-O con “…algo así como ‘yo sabía que iba a pasar'”. Eso es lisa y llanamente una mentira.
Añade que el Presidente puso a los chilenos como “ejemplo de un mal enfrentamiento de la peste”. No hace falta ser retórico para saber la diferencia que hay entre decir “estamos haciendo las cosas bien” —y reafirmarlo citando países que tenían distintas recetas y distintos resultados—, y decir “Chile está haciendo las cosas mal”.
Esto no supone validar las comparaciones. Incluso las autoridades argentinas se excusaron públicamente cuando existió un error. Pero sí denuncio el uso impropio del lenguaje para hacerle decir a alguien lo que no dijo. Aun en el caso de que lo que hubiera dicho estuviera mal.
Es cierto que mi país, por desgracia, nada tiene que enseñar a nadie respecto de la pandemia del coronavirus. Solo que Burgos, obnubilado, pretende condenar la antropofagia comiéndose al caníbal, dado que se resiente de lo que él considera un agravio, e incurre en el mismo tipo de conducta que critica.
En estos momentos, estoy contagiado con la enfermedad. El tratamiento y el seguimiento del seremi asignado a mi caso han sido de excelencia. Otra deuda que, en caso de sobrevivir, tendré con Chile.
Por añadidura, y aun dando por bueno que Argentina depredó “los fondos de pensiones”, hace falta una tortuosa contorsión silogística para relacionar dicho pecado con el abordaje sanitario al virus SARS-CoV-2. Hasta donde sé, los días jueves no se comparan con peras, sino con otros días de la semana. Me cuesta mucho encontrar el hilo de relación que vincula el “tonito” del Presidente Fernández, la política económica del Gobierno y la situación epidemiológica de mi país. Para ser exhaustivo, tampoco encuentro cómo todo esto se asocia con nuestros cinco premios Nobel y con el genio desconcertante del mendocino Quino. Es que Burgos, por hablar de problemas de política doméstica chilena, no mira cuando maneja. Como el hombre del Reino de Qi en la fábula china, que robó oro a la vista de todo el mundo. Cuando fue detenido, el oficial le preguntó por qué lo había hecho delante de tanta gente. El hombre que tenía sed de oro contestó: “Cuando tomé el oro, no vi a nadie. No vi más que el oro”.
Luego, el abogado Burgos afirma que en Argentina una enorme cantidad de cuestiones se hacen peor que en Chile, con un énfasis consanguíneo del ensañamiento. Luego de enumerar algunas, remata: “que nos sirva de lección ahora que se nos aproximan tantas e importantes definiciones para el futuro de nuestro país”. Ya han tomado nota sus compatriotas, señor Burgos.
Luego de aleccionar al Presidente Fernández sobre lo que debe hacer (“Profesor, menos Zoom dando recetas”, etcétera), cree haberse corporizado en Momo, la personificación de la agudeza irónica en la mitología griega, y cierra inspirado: “…no vaya a ser cosa que termine pareciéndose al maestro del tango ‘Chorra', profesor de cachiporras”. La lección inmediata anterior, la enésima, decía: “…menos desgaste intentando artilugios para evitar que la justicia sancione a los corruptos, aunque corra riesgo su dupla gobernante”. Una alusión directa a Cristina Fernández, que sería intolerable si Burgos fuese un caballero. Me abstendré, por respeto a mí mismo, de recordarle la letra de la cueca “El Hocicón”.
Oscar Wilde, alguien que no buscaba ser gracioso, sino que su genio bromeaba a pesar de él, supo decir que “el humor es la gentileza de la desesperación”. Se refería a la ironía, no a la burla. Debo esta bella referencia a un amigo chileno, como tantas otras cosas.
Rafael Bielsa
Embajador de Argentina