Cuenta la leyenda familiar que aprendí a leer gracias a Mafalda. Que me sentaba en el suelo a hojear los librillos largos con portadas de colores que mi abuela traía de sus viajes a Argentina. Después de mirar una y otra vez a los personajes, se supone que empecé a conectar las letras y luego las palabras. Y que mientras los niños de mi edad decodificaban frases como “mi-mamá-me-mima-mi-mamá-me-ama”, yo repetía a los cuatro años diálogos “mafaldianos”, como “¡Democracia! Venga a comer su lechuguita”, poniéndole voz a la historieta donde Mafalda llamaba a su tortuga. Yo no entendía qué era la democracia, pero pispaba que era algo que tardaba.
Es curioso que mi abuela, siendo tan de derecha como era, me hubiese regalado los cómics de Mafalda, a quien se le considera de izquierda.
Aunque hoy día es difícil definir a Mafalda. Creo que lo más cercano a su ideología es la “socialdemocracia”; pero hasta Joaquín Lavín es en estos días socialdemócrata, así es que nos quedamos donde mismo.
Una de las historietas que podría definir políticamente a Mafalda en su época, plena Guerra Fría, la muestra a ella realizando la siguiente reflexión:
—“Me revienta esto de tener al capitalismo por un lado y al comunismo por el otro, ¡uno se siente sándwich! ¡Y ya se sabe qué les ocurre a los sándwiches!”.
En el siguiente cuadro aparece Manolito (su amigo hijo del almacenero del barrio, que representa la caricatura del perfil “empresarial”) comiéndose un sándwich. La última viñeta muestra al mismo Manolito recibiendo un zapatazo de Mafalda, quien al mismo tiempo le grita: “¡Imperialista!”.
Quise escribir de Mafalda hoy en homenaje a Quino, su creador, quien murió esta semana. Mi amigo Jimmy Scott, quien ilustra esta columna desde hace más de 15 años, ya les dedicó el jueves su propia viñeta a Quino y a Mafalda. Inolvidable.
Pero yo también tengo otro motivo para recurrir a Mafalda esta semana: el Frente Amplio.
El mismísimo día en que murió Quino, el Frente Amplio mató la posibilidad de hacer un pacto electoral con los partidos de centroizquierda, con los que comparte el espacio de la oposición. Yo estoy de acuerdo en que nadie está obligado a pactar nunca nada con nadie. Pero una cosa es no querer pactar y otra cosa es abusar de la buena fe de la contraparte durante la búsqueda de acuerdos.
Ese bochornoso episodio se trenzó con Mafalda en mi cerebro cuando alguien quiso justificar la actitud del Frente Amplio diciendo que se trataba de inmadurez, de mero infantilismo.
No estoy de acuerdo. Crecí leyendo historietas de niños que hablaban de política como adultos. Y por eso veo con claridad al Frente Amplio como adultos que hacen política y se comportan como niños.
Pero ni siquiera es eso. Si existiese algo así como “defectos” infantiles, como la poca reflexividad, la impulsividad, la emocionalidad excesiva, los miedos irracionales o el arrojo desmedido, estos se pasan con los años.
En cambio, si hay adultos que son irreflexivos, impulsivos, emocionales, miedosos o temerarios, malcriados, mejor que se hagan ver.
O capaz que todo esto sea un rollo mental mío y la cosa sea mucho más simple: hay gente chueca para hacer política y punto.
¿Qué habría dicho Mafalda de la actitud del Frente Amplio?
Esto: “El problema es que hay más gente interesada que gente interesante”.