Fuera de las razones circunstanciales que vivimos —la pandemia—, es bueno preguntarse en qué modifica o acaso anula la falta de encuentro directo entre profesores y alumnos a la educación misma. ¿El colegio es únicamente el espacio físico y la organización que hace posible ese encuentro sin el cual no habría educación? “Ir al colegio” tiene, sin duda, ese sentido material para los estudiantes: salir de la casa y trasladarse a otro lugar donde se va a “aprender” y en el cual se pasa a formar parte de un mundo distinto y más amplio que el de la propia familia. Pero me parece que “ir al colegio” y participar realmente de un proceso educativo provechoso tiene que ver con algo mucho más profundo e intangible que ese mero desplazamiento y encuentro físico. Pienso que es posible —y de hecho se ha venido, por desgracia, verificando durante años en Chile— que miles de alumnos vayan al colegio en el primer sentido sin hacerlo en el segundo. La presencialidad, el funcionamiento tangible de la institución escolar, ofrece la ilusión de que por ello se logra la dimensión intangible, esa transformación interna que suele llamarse “formación”.
En la situación de normalidad, digamos hasta el 2019, ¿se estaban dando en nuestras escuelas las condiciones para una educación exitosa, para una buena educación?
Me hubiese gustado que en vez de este enfrentamiento entre retorno o no retorno, que es importante pero se ha tornado un tanto estéril, se hubiera empleado esta crisis en el sentido positivo que tiene la palabra crisis: oportunidad.
Quizás en este período, consensuado con todos los actores, se podría haber aplicado un plan de estudios “de emergencia”, ensayando fórmulas y experiencias posibles que han estado a la espera (han sido estudiadas), siendo un poco más imaginativo y audaz en la respuesta a una situación anómala, teniendo en el horizonte un “ir al colegio” futuro más completo y provechoso. Las pérdidas de esta dispersión espacial actual están a la vista, pero creo que las ganancias posibles han sido pasadas por alto.
Es bastante claro que en Chile no se ha dado una reforma educacional auténtica, es decir, que aborde el núcleo del proceso educativo. La reforma de la expresidenta Bachelet modificó la institucionalidad económica de la escuela, pero no alteró el proceso mismo, las variables que modulan aquella dimensión intangible que convierte un lugar en un colegio de veras. Llevar esa reforma a cabo es una tarea más compleja política que técnicamente, porque cuando se toca la médula, el cuerpo entero se agita. Sigo pensando, no obstante, que, para muchos, lo dramático es que faltará un colegio real al cual regresar.