En la costa de Cornwall, en la punta suroeste de Inglaterra, una pequeña localidad pesquera se ha convertido en un refugio veraniego de turistas con dinero. Los hermanos Martin (Edward Rowe) y Steven Ward (Giles King), hijos de un pescador, han tenido que vender su casa familiar al matrimonio Leigh, que llega a ocuparla con sus dos hijos solo en temporada. El resto del tiempo, el pueblo languidece en la pobreza. Martin no está en paz con esa situación ni tampoco con su hermano: no tolera que Steven haya dedicado la embarcación paterna a pasear turistas, en lugar de seguir pescando. Hay un clima de doble resentimiento, de clases y de generaciones.
El cineasta Mark Jenkin, que a sus 50 años realiza su cuarto largometraje en medio de numerosos cortometrajes, narra esta historia de una manera agudamente estilizada. Para hacerlo, utilizó una cámara Bolex de 16 milímetros de los años 70, película antigua en blanco y negro y procedimientos de revelado manual, con las imperfecciones accidentales que ello supone. El sonido es sincronizado, es decir, grabado por separado, y contiene numerosos vacíos.
El resultado es de una textura ríspida y granulosa, varias secuencias están construidas solo con primeros planos de objetos y ciertos momentos de acción parecen una sucesión de fotografías. Es una vocación de innovación, desde luego, pero referida a la propia historia del cine: a las vanguardias de los años 1960, al estilo de montaje soviético e incluso al cine mudo. Hay en esto un cierto aire godardiano, aunque con menos intención paródica que la del cineasta francés.
Jenkin, que es un activista del cine de Cornwall y del bajo presupuesto, ha empleado estos recursos buscando la consonancia con su historia, que, precisamente, enfrenta a la tradición con el progreso, la vida sencilla con la modernidad, la artesanía con la tecnología y, sobre todo, la raigambre con la gentrificación. Los personajes y el lugar parecen de hace algunas décadas y por eso resulta estridente que una mujer diga de pronto que unos objetos “los compré online”, o que una vieja camioneta sea inmovilizada por una trampa moderna de estacionamientos.
Bait —que puede traducirse como “carnada”— ha sido saludada como un soplo de aire fresco en el actual cine británico. Obtuvo un premio Bafta y Frank Kermode, uno de los críticos de The Guardian, la ha considerado una “obra maestra”. Otros la han visto como una alegoría de las ansiedades del Brexit. Todo esto puede sonar un poco hiperbólico para una película con vocación de contracorriente, pero es otro reflejo de la tensión histórica de la crítica británica con su cine convencional. Bait es sugerente e interesante, y el desafío que plantea marca tanto su alcance como sus limitaciones.
Dirección: Mark Jenkin
Con: Edward Rowe, Giles King, Chloe Endean, Isaac Woodvine, Georgia Ellery, Jowan Jacobs, Simon Shepherd, Mary Woodvine, Stacey Guthrie.
89 minutos.
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