Fue evidente que cuando el año pasado Azul Azul decidió entregarle a Hernán Caputto la dirección técnica del primer equipo de Universidad de Chile —rompiendo incluso de cuajo el proyecto de las divisiones menores para el que había sido contratado inicialmente—, la exigencia era única: salvar al equipo de la opción del descenso. Nada más.
No había en ese momento pretensión alguna de hacer muchas reformas en el camarín (salvo, por cierto, ir dejando un poco de lado a Johnny Herrera) ni menos encontrar un estilo o elaborar una propuesta futbolística fina. Solo bastaba que Caputto ordenara la escuadra para que el equipo consiguiera obtener los puntos que necesitaba para respirar tranquilo. Con eso, Azul Azul, sus dueños y sus gerentes deportivos, se sentían pagados.
El objetivo se cumplió. Pese a que en el imaginario colectivo de muchos quedará el recuerdo de que el campeonato se suspendió “convenientemente” cuando la U estaba fuera de peligro de descenso y que en ello se veía una maniobra de parte de la dirigencia, es un hecho que con Caputto al menos se había logrado estabilizar y que distaba mucho de ser aquel equipo soso, abúlico y amorfo que jugaba bajo la dirección del DT Alfredo Arias.
Sin embargo, cuando la dirigencia decidió mantener a Caputto para enfrentar la temporada actual, se entendía que la vara subiría. Es decir, que el entrenador ya tendría que agregarle elementos que no solo despegaran al equipo de las últimas posiciones en la tabla de los promedios, sino que, derechamente, pusiera a la U en carrera por el título 2020.
Fue notorio que a pesar de las limitaciones económicas, hubo esfuerzos directivos para subir el potencial del plantel. El retorno de Walter Montillo fue una señal, porque si bien su llegada tuvo un fuerte componente emocional, dada su irreductible identificación con la camiseta azul, también era una señal de lo que, se suponía, buscaba la U en su nueva etapa: jugar a ras de piso, enfrentar cara a cara al rival, apostando al ataque y no a la simple reacción. Montillo era un signo de eso.
Pero no. No ha sido la U ese equipo que se presumía. Y no por culpa de Montillo. Ello porque lo que se echa de menos en esta Universidad de Chile es que no se haya construido en torno al argentino un esquema, una idea, una propuesta que le permita al equipo girar al ritmo de su mariscal de campo.
Más que ensamblaje colectivo, lo que se ve hoy en la U es una evidente disposición a tasar al rival para encontrar la forma de neutralizarlo más que un deseo de imponer una idea.
No solo eso. El mensaje evidente es que Montillo pueda tener la pelota para que, en una de esas (como pasa, ciertamente) arme una jugada que sea aprovechada por Joaquín Larrivey.
Más que eso, no hay. Existe poca consistencia técnica aún en varios aspectos esenciales: cómo evitar que le ganen las espaldas a los laterales cuando suben (en especial a Rodríguez); cómo hacer que prevalezca la buena ubicación de González para disimular su lentitud; qué tipo de mediocampo le da a Montillo cierto desahogo y lo libera de una carga creativa constante; quién puede ser el socio de Larrivey en el área para desviar la marca rival.
Mucha materia pendiente en la U. Ni siquiera con los números a favor es para que Caputto esté tranquilo.