Esta semana, el ministro Enrique Paris sacó las garras. Se le había visto siempre moverse de allá para acá con sus modales templados, con esa amabilidad a la antigua. Alguien podría decir que incluso se le veía un poco cabizbajo, quizás.
Pero estaba bien su “firmeza cordial”, esa destreza que enseñan en los cursos de liderazgo efectivo.
Igual, toda persona tiene sus límites.
Ocurrió que una ONG que se llama Espacio Público lo venía toreando desde hace rato. Publicaban informes semanales con hartos números y fórmulas matemáticas (incomprensibles para la mayoría) antecedidos de un texto escrito con una pluma filosa que rasguñaba y rasguñaba a Paris.
Escribieron una vez que lo que debía hacer al Ministerio de Salud era decretar una “hibernación” en el país. Es decir, para que nadie saliera de su casa para nada. Un, dos, tres, momia. Hasta nuevo aviso. Eso aleonó a los que defendían la cuarentena como la verdadera vacuna contra el coronavirus. Eso aumentó las críticas contra Paris, por no seguir una línea como la del gobierno argentino, que tenía a todo el mundo guardado (no haré la maldad de hablar del gobierno argentino ahora).
Después redactaron que el Gobierno jugaba a la “ruleta rusa” con el manejo sanitario, instalando subliminalmente la metáfora de la muerte; de un gobierno que juega con la muerte, en el imaginario colectivo.
Y ahora publicaron que el Minsal tendría “incentivos” para reducir artificialmente la tasa de positividad de los test PCR. Pocos entienden muy bien lo que significa esa acusación, pero suena fea, y es el tipo de cosas que cuando a uno se las lanzan a la cara dan ganas de decir: “Tu abuela”.
Yo no cuestiono los “Excel” de esa ONG, pero sí tengo muchas dudas respecto de su “Word”. Alguien en esa organización escribe estos informes como si se tratara de literatura, permitiéndose figuras retóricas (hipérboles, metonimias, prosopopeyas, epítetos y alegorías) que en una situación tan seria como la pandemia del coronavirus no debiesen tener espacio en público.
Esta pandemia pertenece al género de la no ficción. No es cuento.
Por eso entiendo lo que le pasó a Enrique Paris. La pluma filuda terminó por sacarle sangre.
Y eso despertó al lobo que habita en él.
Esto es como el cuento del francés Boris Vian (un ingeniero que también fue novelista), titulado “Lobo-hombre en Paris”, pero al revés, porque aquí no es un lobo que se vuelve hombre, sino lo contrario.
Si alguien pensó que el ministro era una especie de Droopy en la discusión pública, con la parada de carro del miércoles a la ONG, con esa mostrada de dientes, quedó claro que eso no es así.
Enrique Paris es un lobo-hombre, no un perro de compañía. Tampoco es un zorro. Entre los políticos profesionales uno sí que puede encontrar zorros: oportunistas, vivarachos, impredecibles. Pero Enrique Paris no es un político tradicional y se nota. Solo morderá cuando alguien cruza sus líneas rojas.
Y ojo con él. Tiene el 70% de aprobación ciudadana y no le teme a los ladridos. Los lobos se activan cuando los atacan y cuando hay luna llena. Ojalá a Paris no le vuelvan a llenar la luna.