Venezuela ha vuelto a aparecer en la política chilena. Como tantas veces. La situación que vive ese país es dramática. A su descomposición económica, política y social, se agregan los preocupantes atropellos a los derechos humanos recientemente refrendados por las Naciones Unidas. Solo este año hay más de 2.000 personas muertas en los barrios pobres de Venezuela durante “operaciones de seguridad”. Una tragedia por donde se mire.
Para el Partido Comunista, sin embargo, esto no es más que un informe “en base a versiones obtenidas a distancia”. Peor aún, las diputadas Cariola, Hertz y el alcalde Jadue se “desmarcaron” del partido, “condenando las violaciones de derechos humanos, vengan de donde vengan”, pero buscando generar un forzado empate con lo ocurrido en Chile tras el estallido social.
Una comparación tan absurda como vergonzosa. La posibilidad de que ocurran violaciones a los derechos humanos existe en todas partes, pero la gran diferencia es si ellas son sistemáticas (en Venezuela lo son y en Chile no) y —lo más importante— la capacidad de sus ciudadanos para defenderse de ellas. En Venezuela, a diferencia de Chile, no existe justicia independiente, no existe libertad de prensa, ni los organismos internacionales pueden realizar su labor. Ello hace que sus ciudadanos estén absolutamente indefensos frente a un poder de un Estado opresor.
La pregunta, sin embargo, es si Venezuela volverá a ser un tema en las múltiples elecciones del próximo año en Chile. Y la respuesta es, definitivamente, sí.
Mientras siga existiendo la dictadura chavista, no solo se muestra al mundo su fracaso, sino que se tensionan las izquierdas. ¿Cómo condenar? ¿Cómo apoyar? genera una cuña entre los demócratas y los totalitarios, e incomoda a todos.
Algunos creen que esta lógica de “Chilezuela” es un invento de nuestro país. Obviamente que lo es, pero ha sido una realidad en todos los países latinoamericanos. Y lo seguirá siendo.
En Brasil, el candidato favorito Fernando Haddad terminó reconociendo que “el ambiente en Venezuela no es democrático”, pero tuvo permanentes vacilaciones que le costaron la presidencia frente a Bolsonaro.
En Colombia, Gustavo Petro, quien lideraba las encuestas tres meses antes, terminó calificando de “profundamente equivocada” la línea política del régimen de Nicolás Maduro, después de muchas críticas por la tibieza de sus declaraciones. Igual terminó perdiendo.
En Perú, Verónika Mendoza estuvo a dos puntos de pasar a la segunda vuelta. Un factor decisivo para no hacerlo fue el tener una posición ambigua frente al régimen de Maduro, señalando durante la campaña que “no era una dictadura porque nunca existió un golpe de Estado”.
En Uruguay, el Frente Amplio no se pudo mantener en el poder. Uno de los aspectos centrales fue la ambigua postura frente a Venezuela. El candidato Daniel Martínez terminó condenando al régimen de Maduro, a diferencia de muchos de los miembros de su coalición.
En Paraguay, Efraín Alegre estuvo a tres puntos de ganar. El mismo día de la elección sostuvo que Venezuela vive en una dictadura, contradiciendo a su candidato a vicepresidente. Venezuela, sin duda, fue un factor decisivo en el triunfo de la derecha paraguaya.
¡Hasta en Surinam, el Presidente Desi Bouterse perdió los comicios, influenciado fuertemente por el apoyo que le había dado a Maduro en su mandato!
Argentina fue la excepción. Pero un gobierno con poco apoyo, como el de Macri, perdió por menos de dos puntos en la segunda vuelta, influenciado fundamentalmente por el miedo a Venezuela. Si no hubiera existido Maduro, la diferencia habría sido sustancialmente mayor.
Así las cosas, el mal ejemplo que da Venezuela no solo es un “buen ejemplo” del fracaso del “socialismo del siglo XXI”, sino que condiciona, y seguirá condicionando, todas las elecciones del continente.
Lo anterior adquiere más importancia aún si se tiene en consideración que el personero mejor aspectado de la oposición de cara a las elecciones es el candidato del Partido Comunista, Daniel Jadue. Así las cosas, la dictadura chavista volverá a poner una enorme señal de interrogación respecto de la posibilidad que tiene la izquierda democrática de llegar a acuerdos con un partido que nunca ha liderado una democracia.
Mal que mal, si bien los comunistas no se comen las guaguas, sí se comen las democracias.