Esta es una película difícil de soportar. En la función de estreno de la Berlinale de 2019, una parte del público se retiró antes de la primera media hora. Meses después, su debut comercial en Europa fue postergado por la pandemia. La crítica se dividió, pero en la mayoría de los grandes medios fue tratada como una obra “excesiva” y hasta “obscena”.
No han sido juicios del todo injustos.
El monstruo de St. Pauli trata sobre una auténtica bestia humana, Fritz Honka, que entre 1970 y 1974 asesinó y descuartizó a cuatro mujeres en el “barrio rojo” de Hamburgo y guardó sus trozos en el ático sucio y fétido donde vivía. Fue descubierto gracias a un suceso accidental en su edificio.
El monstruo de St. Pauli empieza con una secuencia de 10 minutos que describe el salvaje primer crimen. Lo que muestra es menos de lo que sugiere, pero el cineasta sabe cómo convertir este prólogo en una entrada fuertemente sensorial a un mundo de total degradación. Fritz (Jonas Dassler) es un hombre semideforme, encorvado, desaseado y descontrolado. Su cuarto está tapizado de mujeres desnudas y abundan las muñequitas, un santuario fetichista que ilustra su impotencia. El aguardiente le da una satisfacción sangrienta y quizá se pueda objetar (a la película) que ese alcoholismo incontinente sea la explicación eminente del desenfreno de Fritz.
Fritz pasa sus noches en el bar El Guante Dorado (título original de la película), un lugar donde se reúne la hez de los frustrados y donde acuden las prostitutas viejas que serán las víctimas preferentes de Fritz. Demasiado ebrias para saberlo. Demasiado brutalizadas para no sentirlo.
Lo que es injusto es comparar
El monstruo de St. Pauli con cosas como
La casa que Jack construyó u otras similares, donde es muy borrosa la frontera entre un propósito y el puro montaje de una violencia que de todos modos es ficticia. El cineasta Fatih Akin se ha propuesto reconstruir un caso real, en una Alemania concreta, donde aún no persisten ciertos rastros del nazismo y donde hasta los símbolos de la piedad resultan mudos frente al destino de unas gentes —asesinos y víctimas— que parecen no importar a nadie. Fritz no será un producto de sus condiciones sociales, pero esa sociedad está lejos de ser la maravilla.
Igual que en
En pedazos, Akin cierra su película con un memorable plano secuencia que pone en duda a todos sus personajes: el monstruo, los vecinos, el barrio de Saint Pauli, las muchachas inocentes, la noche hamburguesa. Algo está profundamente mal en todos.
Es una película difícil de soportar, pero la preside una inteligencia sensible, aunque no esté a la mejor altura de Akin, el más imprevisible de los cineastas alemanes.
Der Goldene HandschuhDirección: Fatih Akin.
Con: Jonas Dassler, Margarete Tiesel, Greta Sophie-Schmidt, Tristan Göbel, Katja Studt, Marc Hosemann, Herma Koehn.
115 minutos. En zoowoman.website