Al menos desde la mirada de hoy, cuatro son las películas icónicas del cine chileno de los años 60, quizás la década más iluminada de nuestra filmografía: “Largo viaje” (1967); “Tres tristes tigres” (1968); “Valparaíso, mi amor” (1969) y “El chacal de Nahueltoro” (1969). El que se trate o no de la década más iluminada es, por supuesto, materia de disputa, ya que podría decirse también algo de los 2000, aunque aún estamos muy cerca para saberlo. Estas cuatro cintas son, en tanto, indispensables, ya que no solo dan cuenta del Chile en que fueron filmadas, sino que construyen percepciones profundas, de largo aliento, sobre la identidad chilena. Puede ser discutible, también, el que exista tal cosa, pero cualquiera de ellas transmite la impresión de que cierta identidad chilena sí existe. Vistas a cincuenta años de distancia, sus imágenes, sus personajes, sus situaciones, aún nos parecen cercanas, familiares, recuerdos vívidos. Algo de esta cualidad se reconoció rápidamente, al menos en las tres cintas que se estrenaron en el Segundo Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en Viña del Mar, en 1969. “Largo viaje”, de Patricio Kaulen, como cuentan Ascanio Cavallo y Carolina Díaz en “Explotados y benditos” (Uqbar 2007), fue por muchos años dejada fuera del Nuevo Cine Chileno, ya sea porque Kaulen se consideró un cineasta oficial bajo el gobierno de Frei Montalva o porque había comenzado a filmar en los años 40 y, por tanto, no podía considerarse un director nuevo, joven, en la vanguardia.
El tiempo ha borrado esas diferencias. “Largo viaje” tiene en común con el resto —aunque la coincidencia entre todas está lejos de ser perfecta— cierto ánimo documental, el retrato de la pobreza o precariedad, tensiones entre las leyes de la ciudad y los usos del campo, la presencia de niños a la deriva y, entre otras cosas, una violencia omnipresente, más espontánea que planificada, y por lo mismo, inquietante.
La cinta de Kaulen, sin embargo, se distingue por una puesta en escena más cartesiana y planificada, más deudora del cine clásico si se quiere, que se nota especialmente en movimientos de cámara muy preparados, varios en travelling, que tienen poco que ver con la cámara en mano tan en boga entonces. Esta planificación es también evidente en la estructura de su primer acto, en que observamos por separado a los personajes que luego se cruzarán en el viaje del niño (Enrique Kaulen) por el centro de Santiago, mientras busca a su padre (Rubén Ubeira) y al hermano que lleva al Cementerio General en una pequeña caja de manzanas. Y la cuidada planificación se dejará ver, por cierto, en la secuencia central de la cinta, aquella que pone a “Largo viaje” entre lo más inolvidable que nunca se filmará en Chile (o en cualquier parte del mundo): la escena del velorio. Mientras llegan familiares y cercanos a saludar a los padres del niño nacido sin vida, y comienzan a recitar epifanías y cantos a lo divino, que luego se convertirán en cuecas y una borrachera general que terminará, obviamente, con más de un combo, Kaulen, durante buena parte de la secuencia, evita mostrar al difunto y solo sabemos de su presencia por las miradas de los deudos a un punto determinado del lugar. Crea así expectativa e inquietud, en un recurso muy semejante a cuando en una película de terror se evita mostrar al monstruo que acecha a los personajes. Cuando Kaulen finalmente nos deja ver al niño, arriba de una mesa, sentado sobre un pequeño trono, vestido de blanco, con alas en su espalda, la imagen se hará difícil de olvidar.
Casi está de más decir que si la película parece algo tiesa en un principio, reiterativa en el uso metafórico de las palomas, algo cuadrada en la disposición de los personajes, todos muy determinados por su escala social, a partir del velorio, toma vuelo hacia ámbitos definitivamente sacramentales. La odisea del niño —el vía crucis dirán Cavallo y Díaz— resulta cuando menos profundamente conmovedor por la diferencia entre lo que intenta y los recursos que tiene para hacerlo.
Largo viaje
Dirigida por Patricio Kaulen.
Con Enrique Kaulen, Eliana Vidal y Fabio Zerpa.
Chile, 1967, 83 minutos.
DRAMA