En un Estado de Derecho democrático, las diferencias entre los proyectos políticos deben resolverse pacíficamente bajo las reglas que norman la deliberación razonada. Los electores esperamos que, en ese proceso, nuestros representantes concuerden las reglas de la convivencia y resuelvan los desafíos de política pública, promoviendo sus ideas a través de la persuasión y el razonamiento. Los electores sabemos que no siempre será posible concretar totalmente el ideario, pues en esa discusión racional habrá que efectuar ciertas concesiones, pero también sabemos que conceder no significa claudicar. Habiendo un ideario claro detrás, nosotros podemos elegir, más o menos informadamente, a quienes dicen representarlo y confiamos en que perseguirán concretar ese proyecto y no otro.
Sin embargo, eso del ideario político hoy se ha desdibujado y cuando no, despreciado. En las candidaturas para las elecciones presidenciales chilenas es muy palpable. En un caso, y sobre todo tras sus últimas apariciones públicas, resulta difusa la identificación del candidato que lidera las encuestas en la derecha con el ideario que se supone representa. Queda por dilucidar si lo que hay detrás es un desapego con ese ideario o si se trata de una estrategia para capturar votos de centro. Hasta cierto punto, pareciera que es lo segundo.
En el caso de Daniel Jadue, candidato del Partido Comunista, quien representa y encarna una ideología totalitaria que no cree en el derecho de propiedad ni en la libertad de los individuos, la cuestión es “de Ripley” pues, a pesar de ello, los partidos de izquierda parecieran estar dispuestos a hacer la vista gorda en pos de ganar. Y es que, no nos engañemos (aunque nos guste hacerlo últimamente). El alcalde de la farmacia popular y que estuvo presto a importar desde Cuba la cura, por cierto inexistente, para el covid-19, es miembro activo de un conglomerado que no cree que la sociedad sea el resultado de un proceso de coordinación y colaboración entre individuos libres, que persiguen sus fines propios, sino más bien cree en un solo orden social, que se impone desde las alturas del poder, sin espacio para la diversidad.
Por el contrario, quienes creemos en la democracia liberal y que asumo no estamos solo en la derecha, esperamos que quienes nos representan luchen día a día para que el proceso de coordinación y colaboración que se da espontánea y libremente entre los individuos de la sociedad (que persiguen fines diversos a través del esfuerzo y de mecanismos colaborativos) pueda darse bajo reglas claras, respetadas, y en que se honren nuestras libertades para continuar generando bienestar.
Por ello, resulta increíble que figuras de gran visibilidad pública de la Democracia Cristiana (DC) —que suponemos lejos del ideario comunista—, como la senadora Provoste, estén disponibles a dar su apoyo al candidato Jadue. Por cierto, no son todos en la DC, como lo dejó clarísimo doña Marta Larraechea, pero lo que no sabemos es a cuántos tienta el poder en la DC, el PS, PR y el PPD. Y es que en línea con “estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”, buena parte de los políticos de centro izquierda han transado sus convicciones al punto que hoy su electorado está huérfano. Máximo Pacheco, socialista y que otrora podría haberse considerado un moderado entre esas filas, dijo claramente en este medio que había que privilegiar la unidad, sin condiciones. ¿Qué significa? ¿Creerán que podrán establecer contrapesos? Bien optimistas, considerando que hoy es escasa la atención que las facciones de la izquierda extrema brindan a la “casta de la Nueva Mayoría” que, como dijo Jorge Ramírez, del Partido Comunes, también hay que derrotar. Parece que las palabras, por duras que sean, se las lleva el viento, porque lo que importa es ganar, aun matándose por llegar. Lo lamentable es que de metáfora va quedando poco, pues en el afán de ganar cometerán un error político gigantesco que los arrastrará a la irrelevancia, si es que ya no se encuentran ahí.
Ganar las elecciones es una cosa, pero convocar a un proyecto político convincente y atractivo para esta generación y las futuras es otra. La política está muy apurada por llegar a la meta, aun cuando no tenga mucha idea qué hacer tras cruzarla. La política no solo debe vivirse electoralmente, sino que ha de afirmar y desplegar su ideario y proyecto día a día y hacia el futuro. Si no, lo popular y momentáneo, fácil y tentador, en consecuencia, tendrá siempre e inexorablemente más fuerza que los conceptos y las ideas, y para qué decir, la evidencia que sustenta a esas ideas.