Es difícil determinar un origen de la ciudad en la historia de la civilización, más que suponer que cuando el ser humano dejó de vagar en busca de sustento y fue capaz de proveerse del cultivo de la tierra, entonces debió asentarse y domesticar también el suelo habitable, estableciendo nuevas reglas de convivencia y desarrollo colectivo. Desde la evidencia de las aldeas primitivas, se advierten dos maneras contrapuestas de fundar ciudades: aquellas que crecen de manera orgánica (a partir de un cruce de caminos, un elemento simbólico o accidentes geográficos) y aquellas que fueron planificadas desde su origen, trazadas racionalmente. Es posible que estas dos vertientes constituyan la primera capa de discernimiento en el inconsciente de la experiencia urbana, cuando deambulamos por las calles. Se comprende la espontaneidad de la primera, pero la intencionalidad de la segunda corresponde a un propósito superior, rector y omnipresente.
La experiencia urbana también involucra la percepción de su territorio, en sus diversas escalas. Los avances en movilidad de los últimos 150 años de pronto disolvieron los límites de lo razonable para habitar y administrar una ciudad; la metrópolis moderna se volvió literalmente ilegible, espacialmente inabordable, socialmente insoluble. La paradoja contemporánea (de las urbes chilenas, al menos, donde habita el 90% de la población) es que cuanto más extensas y densas son, más socialmente desintegradas están. Desde luego, vivimos en una inédita Era Urbana, propia del Antropoceno, esta era en que el hombre altera de modo irreversible su hábitat natural, y en que más de la mitad de la humanidad habita en ciudades, que es donde fermentan los problemas sociales, medioambientales y políticos.
En este contexto, es interesante el efecto que los desastres naturales tienen en la percepción del ser humano sobre su entorno construido. Aun en las conurbaciones más extensas, cataclismos y epidemias nos devuelven un sentido inmediato de territorio comunitario, de las justas dimensiones urbanas para sobrevivir y luego vivir con un grado de bienestar. Importantes ciudades del mundo, que históricamente han liderado el debate del desarrollo urbano, hoy proponen medidas concretas para reconfigurar sistemas de barrios, proveer alternativas de movilidad, recuperar espacio público para reencantar al ciudadano y de paso estimular microeconomías locales. Nuestro desafío, en Chile, es hacernos parte también de este debate internacional de adaptación creativa, con sentido de futuro, en tiempos de crisis sanitaria, económica y social. Es una gran oportunidad. Un desafío aún mayor será no olvidar las lecciones aprendidas una vez superada la emergencia.