No hay dudas de que René Reyes ha sido el más brillante cerebro directivo del historial del fútbol chileno. No se lo suele recordar ni hablar de él porque fue él, precisamente, quien no quiso en vida que se hablara de sus obras. Sin aspavientos, ajeno al protagonismo, alejado de los cargos principales (alguna vez le pregunté por qué no tomaba la batuta), le dejó al fútbol conquistas notables.
Una que hoy parece casi una obviedad es la redacción del primer Código de Penalidades. Lo hizo en los años 70. ¿Y cómo se había fallado en el Tribunal en los más de 40 años de fútbol profesional transcurridos hasta entonces? Como fueran el criterio, la voluntad y las preferencias de sus integrantes. Pero esa es otra historia.
La otra gigantesca idea del histórico dirigente fue el INAF. Idea suya, absolutamente. Y la creación no fue fácil, pues entraba a una dura lucha con quienes pretendían que sólo los futbolistas retirados podían ser entrenadores. Se opusieron el Colegio de Técnicos y un grupo numeroso de aficionados y dirigentes que pensaban lo mismo. Pero se impuso la modernidad, con técnicos de gran prestigio a la cabeza, como Pedro Morales. (Él y el mismo René Reyes me ofrecieron participar en la idea con alguna cátedra. No acepté porque no creía ni creo poder enseñarle nada a nadie y porque me enferman los que no entienden a la primera o a la segunda).
También es una larga historia, que en el último tiempo ha vuelto a ser citada desde que Pablo Milad, en el proceso electoral, señaló en el décimo de sus doce puntos programáticos “reestructurar y potenciar el INAF”.
Habrá que decir que desde mayo de 1997, cuando fue inaugurado, el Instituto ha crecido en todos los aspectos que llevaron a su fundación con la idea de ayudar al desarrollo futbolístico desde la mayor cantidad de ángulos posibles. Además de las carreras hay una difusión técnica al alcance de todo el público a través de las exposiciones que personajes de amplia trayectoria hacen en la página web. Se consigue, así, que todos los aficionados se enteren de las novedades que inciden en el desarrollo del fútbol. Y esa era, por supuesto, una de las motivaciones originales: ayudar a la creación de un aficionado preparado, con conocimiento para opinar y proponer. Algo parecido a la idea de otro gran dirigente, Manuel Vélez Samaniego, en el sentido de que los aficionados tuvieran conocimientos para practicar, opinar, divulgar y lo que quisiera hacer, sin importar si era un gordito sin aptitud atlética pero que podría ser un buen dirigente.
Todo eso está muy bien y han sido dos décadas bien aprovechadas. Las páginas del Instituto deberían ser consultadas por miles y miles de aficionados cada día. Y debería haber decenas de sus egresados ejerciendo en las distintas divisiones del fútbol. Pero ¿están? No. No están.
Por el contrario, prácticamente no se los considera y suceden cosas increíbles, como por ejemplo que no se respete la convalidación ante el Instituto de los títulos de los técnicos extranjeros para dirigir en el país. Es una exigencia que algunos técnicos no han logrado superar, pero de todos modos entrenan en nuestros clubes. Y para evitar eso no hay que reestructurar el INAF: hay que reestructurar el fútbol. O hacer cumplir las disposiciones. No hay que olvidar que este Instituto pertenece a la Federación, a la ANFP y a la ANFA.
Pero ahí está. Ignorado. Esta realidad no alcanzó a verla su creador. Mejor.