Sucedió el miércoles 9 de septiembre de 2020, por la tarde y en la derrota frente a O'Higgins por 1 a 0, que pudieron ser entre 3 y 5 a 0, y digamos que los tiros más peligrosos de Colo Colo al arco del equipo de Rancagua consistieron en un par de corners.
No fue un partido cualquiera, porque se puede jugar mal y a trompicones, en ocasiones las cosas no salen y, en fin, hay decenas de razones.
Lo del miércoles fatídico fue distinto, fue algo que casi no es del fútbol, sino del espanto; no hubo nada parecido a un equipo y esa idea no existió ni en la teoría ni en la práctica, porque fue un ente escamoso, descascarado y patético.
Es mejor leer el “El horror de Dunwich” de H.P. Lovecratt, porque solo ahí están el talento y las palabras que describen no un juego, sino una deformidad monstruosa, una afrenta para la historia del gran equipo chileno cuyo propósito es ganar y resonar de Arica a Magallanes.
Ese día se volcaron en sus tumbas, desesperados por algo que dañaba los ojos y llamaba al sobresalto: ¡eso que está en la cancha no puede ser Colo Colo! Maraña sin concierto, imprecisión primaria, conceptos torcidos y la torpeza que parte en la cabeza y termina en las patas, no eran pies, eso es refinado, eran patas.
Se volcaron y revolcaron en sus sitios eternos, esos insignes colocolinos: desde los huesitos de David Arellano, Guillermo Subiabre y Manuel Muñoz, a los restos Misael Escuti, Francisco Valdés y Elson Beiruth.
A partir de ese miércoles horroroso, viene una semana para recordar, y que después del paso por Calera, culmina el martes, contra Peñarol por la Copa Libertadores.
Que nadie pida clemencia por los tres partidos en siete días, porque estamos hablando de Colo Colo, compadre.
Que nadie acuda a la pandemia y a lo extraño de este tiempo, porque se trata del equipo que ha sabido ser campeón.
Siempre algo se puede pedir.
Los equipos de pronto se transforman, a lo mejor no para siempre, pero al menos por un rato.
¿Ponerle huevos? Por favor, ni fritos ni revueltos ni escalfados, el fútbol no es grosero ni animal.
¿Magia blanca? Eso sí, técnicas arcaicas y saberes populares, del tipo sahumerio y hechicería. Por lo demás no hace demasiado, dentro de Colo Colo, hubo rocío con agua bendita y una planta de ruda.
¿Magia negra? No hay que descartarla, Blanco y Negro se llama la sociedad.
¿Amor a la camiseta? Algo antiguo y quizás pasado de moda, porque no va con la modernidad y menos con la postmodernidad, pero hay que intentarlo.
¿Amor propio? Sí, aunque ahora todo es relativo.
¿Por qué tanto agobio y preocupación, por un equipo ajeno y rival? Porque había una costumbre antigua, una tradición, algo que se pegaba y ahí quedaba. Cuando uno de los nuestros pisaba la Copa Libertadores, éramos todos de ese equipo: colocolino el martes contra Peñarol y por Universidad Católica el miércoles contra Gremio.