¡Qué bien nos viene en este mes de la Patria hablar de perdón!, sin duda un tema pendiente entre nosotros. A medida que pasan los años nos vamos dando cuenta de que es imposible comprender nuestra vida si no es en relación con otros. No solo porque dependemos de los demás en muchas cosas, sino también porque nuestra vida adquiere sentido más pleno cuando es para otros. Pero es precisamente en estas relaciones donde muchas veces experimentamos diferencias, roces e incluso ofensas. Muchas de ellos se convierten en heridas profundas que nos impiden vivir en paz. Las experimentamos de manera personal y también como sociedad.
Esas diferencias no son una “falla” en nuestra condición humana. Dios nos hizo así y nos ha hecho bien. El problema es que las ofensas producen en nosotros ira, desilusión, dolor por la traición, pérdida de confianza, y nos lleva a romper las relaciones. Vivimos sometidos a un criterio que sugiere que el que perdona es débil, por lo que muchas veces pensamos que la forma de enfrentar estos problemas es con la venganza.
Es aquí donde entra la propuesta del Evangelio de hoy, en el cual el Señor invita a perdonar hasta setenta veces siete a través de la parábola del perdón. La primera parte de la parábola presenta a un rey que perdona una suma enorme a su siervo y quiere mostrarnos el perdón infinito de Dios. Esto lo hace de una forma exagerada a través de esos 10.000 talentos de oro, una suma casi incalculable. Nos quiere mostrar simplemente que Dios es amor y solo amor. Y esa es su relación con nosotros. Por eso su perdón muestra la forma como nos ama. No pide nada a cambio, no hace pagar nada a cambio ni hay represalias, simplemente ama misericordiosamente. Así es el corazón de Dios: sin razonamientos ni cálculos, infinito en su amor. Afirmémoslo con claridad: Dios no quiere el castigo del pecador, sino su conversión; que no opte por aquello que lo deshumaniza, sino que opte por la vida plena.
La segunda parte de la parábola nos relata el encuentro de este mismo servidor con un amigo a quien le exige que le pague los 100 denarios que le debe, por lo cual termina metiéndolo en la cárcel. Este encuentro nos habla de la justicia bajo los criterios humanos. Este hombre actúa acorde a las leyes vigentes y exige lo que le corresponde. Es justo. Hasta ahí todo bien.
El problema surge cuando comparamos esta escena con la anterior. Entonces entra la gran pregunta y enseñanza de la parábola: ¿con qué justicia quieres sintonizar? ¿con la de Dios o con la humana? ¿Se contraponen? Ciertamente no se trata de oponer una a otra o tener que optar por una, puesto que la justicia “humana” es necesaria para nuestra convivencia. Se trata de planos diferentes, pero ambos coexistentes en nuestra vida. Pero la justicia no es suficiente, siempre requiere de nosotros el perdón. En el fondo, la pregunta es si quieres obrar solo como un hombre o mujer justa o también como un hijo o hija de Dios, que refleja el amor del Padre.
Para el no creyente, la primera escena, la del rey, no existe. Pero los cristianos conocemos el corazón de Dios. Por eso, frente a la ofensa de nuestro hermano debemos responder según el corazón grande de Dios. En aquellas situaciones que además constituyen delitos, ciertamente se requiere de la justicia humana y la necesaria reparación. Pero el perdón siempre es necesario para poder seguir avanzando en la vida.
Todos experimentamos que no solo nos daña la ofensa que nos hacen, sino también el no ser capaces de perdonarla y superarla hacen que se convierta en una herida cada vez mayor. Es un tema que debemos trabajar como sociedad chilena, pero comienza en el corazón de cada uno de nosotros. A los cristianos nos interpela de forma especial. Por eso acogemos la invitación del Evangelio a vivir como hombres y mujeres nuevos, que nos regimos no solo por la justicia humana, sino que además damos un paso más y nos orientan aquellos criterios divinos que nos humanizan y nos transforman. El perdón, como forma de vida y de amor, es uno de ellos. A través de él transmitimos el verdadero rostro de nuestro Dios. El que me ve perdonar 100 denarios a mi hermano debe pensar que tengo un Dios que es Padre extraordinario, que perdona 10.000 talentos.
“‘Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?'. Jesús le contesta: ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete'”.
(Mt. 18, 21)