Luis Chaves (1969) es uno de los autores más destacados de Costa Rica y se caracteriza por su extrema versatilidad: posee un voluminoso corpus poético, es cuentista y novelista, practica con asiduidad la crónica, ejerce la crítica y da la impresión de que no hay género literario que le sea ajeno. Ha recibido diversos premios en su país y en el extranjero; según sus editores, es permanentemente galardonado y gran parte de su obra está en proceso de traducción a numerosos idiomas.
Vamos a tocar el agua es la primera narración de Chaves que nos llega, en verdad parecería que la única, lo que no llama la atención, habida cuenta de la ignorancia en torno al arte costarricense en particular y al centroamericano en general. Con el sucinto currículo que hemos esbozado, uno tiene derecho a esperar algo si no grandioso, de elevada calidad. Chaves cumple sobradamente este y otros requisitos, de modo que su breve y enjundiosa narración resulta una sorpresa, atrayente, amena, graciosa y, sobre todo, peculiar. El protagonista narrador es el propio Chaves, quien recibe una beca del Berliner Künstlerprogramm o Programa de Artistas en Berlín del Servicio de Intercambio Académico. El estipendio comprende a toda la familia de Luis, vale decir, Marijo, su mujer, y sus dos hijas, llamadas siempre LaMayor y LaMenor. La única obligación que pesa sobre los Chaves es aprender la lengua de Goethe. Como pasa siempre con los latinoamericanos en el exterior, Marijo, quien tiene que hacer las compras, preocuparse de las cuentas, llevar a cabo una vasta cantidad de trámites, se las arregla enseguida con los rudimentos del lenguaje teutón. Por supuesto, las niñas empiezan a hablarlo apenas arriban a la capital germana. En cambio, Luis desiste de inmediato y de forma explícita, incluso se jacta de ello. Claro que lo hace con gracia y mucho humor, aunque queda la sensación incómoda de que, un hombre de letras culto, tan viajado, tan leído, tan preparado en muchos ámbitos, muestre cero interés en uno de los idiomas literarios más importantes del mundo.
El resto de
Vamos a tocar el agua, contiene las pellejerías, los paseos, las maratones culturales, la manera de relacionarse de los Chaves, la sucinta descripción de sus nuevas amistades y muchos episodios que protagonizan, tanto en el país que los recibe, como en buena parte de Europa. El título del libro proviene de una frase que Chaves escucha, prácticamente a diario, pronunciada por la niña menor (es difícil entender por qué se niega a entregar sus nombres). El volumen está dividido en cuatro partes, correspondientes a las estaciones del año y Chaves utiliza este procedimiento a partir de una hermosa película surcoreana de los años 90 que, tal como muchísimos otros filmes a los que se hace referencia, dejaron una profunda huella en Chaves.
Uno esperaría que
Vamos a tocar el agua sea un texto académico, pomposo, relamido, colmado de acontecimientos, digamos, letrados. Pese a las innúmeras alusiones de este tipo, quizá demasiadas para un tomo tan conciso, nada hay de ello. Esto se agradece y mucho, pues si Chaves hubiese descrito cada uno de los encuentros, simposios, mesas redondas y de un cuanto hay en los que tomó parte, su narración habría sido una lata.
La historia da cuenta del transcurso diario a través del conjunto sobresaltado y plural que significa, para un grupo que viene del trópico, residir en un lugar donde no se entiende nada. Las vivencias se convierten en recuerdos inmediatos al ser transcritas al papel, perdón, al computador, y Chaves maneja una notable dosificación de nimiedades, junto a incidentes de incomprensión que producen cierto hechizo, el cual persiste al terminar este trabajo, que es, para repetir una palabra tan trillada, inclasificable. La precariedad, la sensibilidad a flor de piel de las niñas, el desarraigo, la fragilidad, la absoluta indefensión de las emigraciones obligatorias dejan al desnudo una suerte de fotografía de cómo es el mundo de hoy (dicho sea de paso, el volumen está profusamente ilustrado de instantáneas, por cierto que tomadas mediante un celular).
En última instancia,
Vamos a tocar el agua refleja una manera de traducción, que, aparte de revelar con petulancia la negativa de Chaves a aprender alemán, expone, con ternura y acierto, el desamparo del “hombre de letras en residencia”, sus lazos familiares, sus amistades, sus gustos y aficiones, las diferencias abismales entre una nación centroamericana y otra noreuropea, en suma, la extrañeza que hoy significa la sistematización internacional de la literatura.