El mundo vive una tragedia. Millones de estudiantes han perdido prácticamente un año de educación, en lo que las Naciones Unidas ha tildado de “catástrofe generacional”. Por esa razón, el propio secretario general de la ONU, Antonio Guterres —un hombre que no es sospechoso de ser neoliberal ni tecnócrata—, ha señalado hace algunas semanas que “hacer que los estudiantes vuelvan a las escuelas debe ser una prioridad”.
En momentos en que en Europa se va dejando atrás el verano y están viviendo el rebrote del virus, todos los países —con fórmulas distintas— han decidido volver a clases. En Chile, sin embargo, es algo que ni siquiera se puede mencionar. No se puede discutir. Ni se puede insinuar.
Con un gobierno débil que no puede mover por sí solo la aguja, simplemente la decisión ha quedado expuesta a la “voluntad general”. Y es ahí en donde algunos tienen la campana del colegio completamente secuestrada.
¿En qué momento llegamos a la caricatura de que la gente de izquierda quiere cuidar a sus hijos y los de derecha quieren que se contagien? ¿En qué momento la vuelta a clases se volvió un tema ideológico? ¿En qué momento el retorno quedó vedado?
Se comprenden los temores de muchos, es obvio que las propensiones al riesgo de las personas son distintas, pero no es posible que la vuelta a clases se divida en el SI y el No, entre el Apruebo y el Rechazo. Pues bien, eso es precisamente lo que está ocurriendo en Chile, y es completamente absurdo.
En Puerto Cisnes no ha existido un solo caso de coronavirus desde marzo a la fecha. Sus niños, sin embargo, no han asistido nunca a clases. ¿Tiene sentido? En Quellón hace un buen tiempo que no hay casos activos de covid-19. En Taltal y Paiguano tampoco. En Litueche y Tirúa tampoco. Pero aun así los niños siguen en casa.
Se podrá discutir si en Providencia o en La Serena es conveniente volver ahora, pero hay muchos lugares en los que tal vez nunca debieron haberse suspendido las clases. El mayor drama de todo es que del quintil más rico casi el 90% de los estudiantes están siguiendo sus clases, mientras que en el quintil más pobre apenas el 27%. Y en muchos casos, lo que no se avanzó este año difícilmente se avanzará en el futuro. Quedarán brechas, aumentará la deserción y seguirán otros problemas sociales asociados a que las niñas y niños estén en la casa. Mientras tanto, muchas personas —especialmente mujeres— han debido abandonar la fuerza laboral ante la imposibilidad de dejar solos a los niños.
Volver a clases es un imperativo moral en el que debieran estar puestos todos los esfuerzos. Aunque sea para volver día por medio o cada dos días. Aunque sea en la mitad del país, o en un tercio de él.
El Colegio de Profesores presentó una encuesta en la que el 97% de los apoderados señaló que se niega a una reapertura de las escuelas. Una encuesta tan dudosa en sus resultados como en sus intenciones. La falacia del Colegio de Profesores —de que hay que optar por las clases o la salud— es algo que los países en el mundo no han aceptado, porque precisamente se trata de lograr ambas: minimizar los riesgos de salud y maximizar los de educación.
Es tan absurdo plantear que si hay solo un contagiado es suficiente para dar cuenta de que la medida era equivocada, como plantear que si hay un solo accidente automovilístico es suficiente para impedir que los autos circulen.
Lamentablemente, cuando hagamos el recuento de lo que ha sido esta pandemia, encontraremos en el Colegio de Profesores, en parte en el Colegio Médico y en algunos centros de estudios sin ningún conocimiento de salud pública, a los principales obstruccionistas en la mayor crisis sanitaria que ha vivido el país.
Es probable que en algunos países de Europa tengan que suspender la vuelta a clases si se disparan los contagios. Pero al menos lo habrán intentado. E insistirán apenas puedan. Otros como Suecia seguirán sin cerrar, como lo han hecho desde que comenzó todo (sin muchas diferencias respecto a quienes sí lo hicieron).
Es muy posible que en Chile haya lugares en los que por prudencia no sea aconsejable volver a clases. Lo que es inaceptable es que no hagamos todos los esfuerzos para intentar hacerlo. Ni que estemos esperando que alguien encuentre una vacuna. Hay una generación en juego. Estamos jugando con fuego.