Pukará, de Andrés Valenzuela (1981), es una novela bastante inusual, muy extemporánea, del todo excéntrica, por no decir que resulta completamente al margen de lo que hoy se escribe y se publica en el medio literario chileno (¡inclusive la editorial tiene su sede en Antofagasta!). El escenario, la acción, el desarrollo de la trama, los personajes, la época, los sucesivos incidentes y episodios que conforman la estructura argumental, en fin el conjunto de la obra, tiene lugar durante la Guerra del Pacífico, desde el comienzo hasta el fin de ella. Para un lector poco aficionado a lo bélico, Pukará podría ser una lata, aun cuando es difícil que esto ocurra porque el libro es entretenido, se sigue con creciente interés, a ratos se acerca a un relato de aventuras y en ningún momento decae.
Lo primero que llama la atención en este volumen es la inmensa información, la acuciosa investigación, la extensa documentación y el vasto conocimiento que alguien, tan joven aún como Valenzuela, exhibe aquí: el armamento, las maniobras, el vestuario, el físico de los participantes, ciertos modismos, la descripción del paisaje, sea rural —vale decir, desértico—, sea urbano; en síntesis, todo lo relacionado con el sangriento conflicto internacional, que tuvo lugar entre 1879 y 1893, se construye como en muy pocas ficciones lo vemos logrado. A continuación, al menos en este título, Valenzuela muestra un rango de vocabulario rico, variado, diverso, multifacético, heterogéneo, lo que se agradece en los tiempos actuales, cuando, con mucha suerte, y dicho con el máximo respeto posible, nuestros autores y autoras apenas parecen haber salido de la escuela primaria. Por último, dentro de un esquema, llamémosle preliminar, Pukará está, prácticamente en su integridad, compuesta en base a diálogos y tanto es así, que los elementos relacionados con el clima, los colores, la flora, la fauna, vale decir lo supuestamente externo, parece servir solo como pretexto para una narración que, en su mera apariencia, semeja más un drama para las tablas que una ficción. Lo anterior podría ser un defecto de Pukará, y otorgar un alto grado de artificiosidad al ejemplar, pues todos se expresan en un español perfecto, con escasísimos —y muy actuales— garabatos, y ello se aplica a quienquiera que sea, de la clase social de la que provenga, de la profesión u oficio que ostente, de las manías y cualidades que detente, del sexo al que pertenezca. Se trata, en todo caso, de algo nimio, en un texto tan sorprendente como Pukará.
La historia comienza en Santiago, en el Palacio de la Moneda, con Ramiro Hernández y Emiliano Vergara, ambos de rancias familias, a los que se agregarán el capitán Fuenzalida y el teniente Robledo. El preludio urbano se caracteriza por su extrema, casi inexistente parvedad, ya que casi todo Pukará se desplaza, primero en el desierto, y luego en territorio peruano. Al grupo mencionado cabe agregar la implausible cantinera Josefa Sánchez, con puntería perfecta; el soldado José Soto, el niño Atilio González y, más tarde, el sargento Ramón Vilches y diversas mujeres: María, Esperanza y Altagracia, dando origen a la unidad “Pukará”. Inevitablemente, Valenzuela atribuye fuertes componentes feministas a las damas que toman parte en los violentos enfrentamientos o la carnicería desplegada a lo largo de la intriga; sin embargo, nada de oportunismo hay en el prosista, sobre todo en el caso de Josefa, ya que sus proclamas son muy justificadas y con cero estridencia.
En Pukará encontraremos, por supuesto, nombres que merecen figurar en la señalética de nuestras calles, como Manuel Baquedano, Arturo Prat, Patricio Lynch y muchos otros, famosos desde el primer año de colegio. No obstante, pese a que muchos actores correspondieron a seres de carne y hueso, la mayoría son fruto de la frondosa imaginación belicosa de Valenzuela. Tampoco podía estar ausente el lado peruano —si bien en un principio la conflagración fue tripartita, en definitiva, se decidió entre Chile y Perú—, tratado con respeto, admiración, veneración y hasta cariño, en especial en los oficiales Romualdo Aguirre, Jaime Sotelo y Mariano Segovia.
A fin de cuentas, Pukará llega a ser algo raro en estos días: un trabajo literario muy bien planificado, un tomo que, pese a tener más nombres que caracteres literarios, convence gracias a la astucia narrativa de Valenzuela y más que ninguna otra cosa, la otra cara de la Guerra del Pacífico.