“El Negro”, el documental del chileno Sergio Castro recién estrenado en la web, intenta realizar un retrato de Ricardo Palma Salamanca, exintegrante de FPMR autónomo y autor material —o participante directo— en los asesinatos de Roberto Fuentes Morrison, Luis Fontaine Manríquez, Víctor Valenzuela Montecinos y Jaime Guzmán Errázuriz, además del secuestro de Cristián Edwards del Río, crímenes todos realizados entre 1989 y 1991, cuando Augusto Pinochet ya había sido derrotado en las urnas y el país ya tenía un presidente electo democráticamente. Los dos primeros asesinados fueron integrantes de las Fuerzas Armadas con serias acusaciones de participar en violaciones a los derechos humanos; el tercero había sido, como sargento, parte de la escolta de Pinochet, y el cuarto era un senador en ejercicio en el Congreso de Chile.
Como bien es conocido, Palma escapó de la cárcel en 1996 arriba de un canasto arrastrado por un helicóptero, y su paradero se mantuvo desconocido hasta que en 2018 fue detectado en Francia, donde su extradición fue solicitada por el Estado chileno infructuosamente. Hoy, con 51 años, continúa viviendo allá, protegido por un asilo político, desde donde fue entrevistado para esta cinta.
Uno esperaría que con semejante material entre manos la cinta se hubiera tomado en serio el trabajo de entender por qué el Frente Autónomo decidió seguir adelante con su “lucha armada” cuando ya no había dictadura a la que combatir; o hubiera abordado el problema moral de tomar la justicia en las propias manos; o, ya que se trata de una mirada de cerca a Palma, qué fue de su vida en los 22 años en que se mantuvo oculto, a qué se dedicó, de qué vivió, de qué vive ahora, ¿está arrepentido de lo que hizo?, ¿tiene remordimientos? Sin embargo, nada de eso está en “El Negro”. Una entrevista que Palma dio a The Clinic a principios de 2019 es más reveladora que toda la cinta en ese sentido.
El nudo central del documental parece estar en la vida de Palma antes del Frente, en la que se da cuenta de tres hechos que habrían sido determinantes para que se involucrara en la organización: la tortura y violación por agentes de seguridad de su hermana mayor en 1982, la prisión de su otra hermana mientras estaba embarazada y el asesinato de Santiago Nattino, Manuel Guerrero y José Manuel Parada en 1985, que le habría tocado especialmente de cerca al ser Guerrero y Parada parte de la comunidad del Colegio Latinoamericano de Integración donde Palma era alumno. Los dos primeros episodios son relatados en la cinta por las propias hermanas —Marcela y Andrea— y sus reflexiones están entre lo mejor que la cinta ofrece, entre otras cosas, porque sin dejar de mostrar cariño por su hermano, cuestionan duramente sus acciones, así como cuestionan el que Mirna Salamanca, su madre, nunca hubiera soltado palabra de condena por los asesinatos cometidos por su hijo. Entrevistada para la cinta, continúa sin hacerlo.
Palma mismo, por cierto, tampoco dice mucho. Con acento y expresiones mexicanas, habla en un lenguaje abstracto, con generalizaciones propias del lugar común, y la cinta finalmente parece invertir más tiempo en mostrarlo mientras posa en silencio para la cámara, con miradas que, se supone, son “profundas”, pero que en realidad no significan nada: solo es Palma posando para una cámara de video. Raro. La cinta se revela también cuando, una vez relatado el escape de la cárcel, da cuenta de la libertad de Palma. Entonces, mientras se escuchan pedazos de una carta compuesta por rebuscadas metáforas líricas que Palma le escribió a su madre para contarle que estaba bien, vemos imágenes de magníficos paisajes naturales, tomadas por el vuelo de un dron, un conjunto que crea el efecto de que las palabras de Palma —y su espíritu, por lo tanto— viajan libres por una naturaleza indómita, pura, paradisíaca. La secuencia debiera entrar en alguna antología del cine chileno y el kitsch.
El Negro
Dirigido por Sergio Castro.
Chile y Francia, 2020, 83 minutos.
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