Hoy en Chile se vive un curioso fenómeno de definiciones: algunos dicen ser socialdemócratas, sin explicar el contenido de tan amplio concepto; otros son de centroderecha, con igual falta de definición, y suma y sigue. Me encantaría que hubiera quienes defendieran la economía social de mercado, con sus dos palabras clave —social y mercado—, que aplicó Alemania después de estar en el suelo tras la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose rápido en la economía más próspera de Europa, con un profundo sentido social.
El éxito de esa economía de posguerra fue que el esfuerzo tenía un sentido para las personas. Se garantizó, y se cumplió, que la economía esté siempre al servicio de buenas relaciones sociales. Que la economía no esté en una entelequia imaginaria, al estilo de Milton Friedman, en que el dinero y el precio sean la principal información, porque reflejan los intereses de la sociedad. Esa es una información necesaria pero incompleta, como hemos visto en el tiempo, porque el precio nada dice sobre la forma en que se obtuvo, ni el destino de esa empresa: si fue una ganancia rápida vía especulación, o depredación del ambiente, o abusos varios. Es decir, el precio refleja una parte, pero no todo el valor. Y ya suena anticuado y muy incorrecto decir que el único rol de las empresas es generar utilidades, sin aporte social.
Si algo nos ha enseñado la historia —ramo que el extraño nuevo currículum escolar eliminó para los últimos años de enseñanza media— es que las revoluciones estallan cuando la élite no observa la sociedad, y no se hacen reformas con anticipación frente a demandas legítimas. Y cuando el Estado se vuelve burocrático e ineficiente para implementar esas reformas.
El éxito de la economía social de mercado fue que para sus padres fundadores (Eucken, Erhard y otros) no existe un conflicto de intereses entre libertad y seguridad social. No debe ser una economía de mercado libre sin ningún control, sino una economía de mercado valorando conscientemente su rol social. Y se consideró fundamental impedir concentraciones monopólicas privadas, como también el poder monopólico del Estado en ningún rubro.
Se puso mucho énfasis en que, al incrementar la productividad, aumentarán también los salarios reales, uniendo así a empresarios y trabajadores en esa misión. El Estado dio un marco regulatorio a la actividad económica, bajo la premisa de lograr un progreso social, no solo económico. Tanto se legitimó el modelo que aunque se inició a fines de los años 40, fue también la base para la política monetaria, económica y social al unificarse las dos Alemanias en 1990.
Esa economía eficiente, y sensible socialmente, es la que sueño para Chile. Para lograrlo, tiene que cambiar sobre todo el Estado. Gobiernos de solo 4 años no permiten políticas públicas de largo plazo. Exijamos un Estado más activo y eficiente a favor de los más necesitados, pero a la vez garante del empeño e innovación de los privados.