Joaquín Lavín se ha autodefinido como socialdemócrata.
¿Qué queda de aquel peinado pinochetista que escribió “La Revolución Silenciosa” para perpetuar la dictadura?
Dos son las opciones.
La primera es aquella famosa frase del economista John Maynard Keynes: “Si las circunstancias cambian, y cambia la información disponible, desde luego yo cambio mi punto de vista. ¿Y usted, qué hace?”.
La segunda opción es aquella del actor y humorista estadounidense Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”.
¿A cuál se asemeja Lavín? Probablemente a ambos.
Lavín es un personaje curioso de nuestra política. Lleva más de 30 años en la primera línea y eso ya es en sí mismo un gran mérito para cualquier político. Hace 20 años estuvo a un puñado de votos de ser presidente, y hoy tiene la primera opción para hacerlo.
Sus inicios están en el pinochetismo, gremialismo, chicagoboysismo. Cuando se percibía una cohabitación compleja en los 90, entre los rescoldos del plebiscito, ofreció ser “un gallo de pelea”. Derrotado en su primer combate, se reinventó y fue el alcalde de Las Condes, en donde, para bien o para mal, terminó transformando la forma de dirigir una municipalidad. Hoy, todos los alcaldes, de cualquier sector político, siguen usando la fórmula que inventó Lavín. Y si bien esa fórmula tenía mucho de aire o de bombardeo de nubes, la cercanía, la parka de color, la cara amable y la solución de problemas tienen todavía las huellas de Lavín.
Ha pasado mucha agua bajo el puente, pero el Lavín de la campaña de 1999 no es tan distinto al Lavín actual. Cosista, aliancista-bacheletista, artista y malabarista. Desde su exitosa alcaldía en Las Condes a su deslucida alcaldía en Santiago. Desde su fracasada experiencia en el Ministerio de Educación a su retorno a Las Condes.
En un Chile convulsionado, Lavín ha sabido leer el momento y ofrece una estrategia que está completamente al margen de la realidad que estamos viviendo. Está transmitiendo en otra frecuencia a la del país y a la de sus políticos. En medio de la profunda agresividad, él ofrece amistad cívica y buena onda. En medio de la profunda polarización, él ofrece el centro.
Y hasta ahora no ha ido mal.
El uso de la palabra socialdemócrata generó escozor. Y no era para menos. No solo porque para muchos fue una prueba más del Lavín de Groucho Marx, sino porque en sí misma, la palabra tiene mucha connotación. Mal que mal, el primero en hablar de “socialdemocracia” fue el otro Marx, Karl Marx (en 1852).
Pero Lavín sabe que puede alejarse todo lo que quiera de la derecha. Mal que mal, la derecha ha votado siempre —antes que nada— contra la izquierda. Así, llegado el momento no hay que hacer ninguna concesión, basta el miedo que le tiene el sector a la izquierda para que lleguen todos los votos.
La jugada de Lavín entonces consiste en apropiarse del centro. Y en ello, hasta ahora, ha sido exitoso. Sabido es que la verdadera socialdemocracia no tiene candidato (y es probable que no logre tener a nadie competitivo), la elección que se aproxima con Daniel Jadue, Beatriz Sánchez y José Antonio Kast deja vacío el centro y ahí estará la clave.
No es el populismo lo que se le puede achacar a Lavín. El populismo dice tener la solución fácil a todos los problemas, lo enarbola el “paladín del pueblo” (como nos decía Platón) y termina convirtiéndose en tirano. Lo que se le puede criticar a Lavín es su camaleonismo. Los saltos de árbol en árbol explorando dónde hay mejores y jugosos frutos en la gran granja de la política.
¿Pero se equivocó Lavín en su estrategia?
Probablemente no. Hoy ha quedado más al centro, coherente con su opción de no meterse en la trinchera del Rechazo en el plebiscito. Y la crítica de sus “aliados”, más que perjudicarlo, lo favorece.
Sería una enorme paradoja que después de todo lo que ha vivido Chile, Lavín termine siendo su presidente. Es una incógnita cuanta gobernabilidad podría darle a un país que se ha vuelto cada vez más ingobernable. Es un enigma si siendo eventualmente Presidente le volverán a bajar los aires de cambio…