El Premio Nacional de Literatura de este año corresponde a la categoría poesía y se dirime en los próximos días. Independiente de quién se quede con el galardón, me parece que esta es la oportunidad para preguntarse cuál es el rol o lugar de los poetas en nuestra sociedad. La vieja pregunta de Hölderlin vuelve a vibrar y resonar: “¿Para qué poetas en tiempos de miseria?”.
La miseria a la que se refiere el poeta alemán no es la indigencia material o social, sino la espiritual. Tan importante y urgente de abordar como la otra. La indigencia cultural de un país empobrece nuestras existencias y nos reduce a meros sobrevivientes, a meros consumidores, a los que consumen la vida pero no la viven, nunca alertas y vigílicos a lo más importante: el sentido de la propia existencia. Cuando eso sucede, recordamos el viejo epigrama de Heráclito: “a sordos se parecen, están presentes/ ausentes de la vida”. Presentes ausentes, es decir, están pero no están. En la poesía, en cambio, tomamos conciencia de la presencia pura. La poesía, decía Octavio Paz, es la “casa de la presencia”. La poesía es primera vez. “Eres primera vez”, le decía Eduardo Anguita a la mujer cuyo rostro logra ser mirado en el estado auroral, que es siempre la mirada del poeta. Intoxicados como estamos de novedad, noticias, información que nos hace cada vez más prisioneros de la actualidad, terminamos confinados al tiempo de la cronología: la poesía nos ofrece otro tiempo, el tiempo del Kayrós. “¡Detente, bello instante!”, exclamaba Fausto, liberado por primera vez del tiempo acelerado, fáustico (de su nombre viene el adjetivo), tan propio de nuestra acelerada y prometeica modernidad. Por eso, nunca ha sido tan necesaria la poesía como en estos tiempos.
Tal vez una de las causas de la insatisfacción más profunda de la sociedad chilena tenga que ver con la pérdida del sentido de pertenencia, el debilitamiento de lo comunitario que nos cobijaba, la sensación de vivir en ciudades alienantes, la herida abierta de la ausencia de sentido que la modernidad no ha podido curar. La poesía puede ser el lugar para reencontrarnos. “El poema es el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre”, otra vez Octavio Paz. Ahora que nos sentimos al descampado, abandonados a nuestra pura individualidad solipsista, la poesía puede ser el lugar donde nos escuchemos de nuevo unos a otros, donde tengamos un lenguaje común, tan distinto al lenguaje de la política, que hoy nos divide. “Nadie está lejos si puedo nombrarlo”, dice nuestro Efraín Barquero. Y agrega: “la poesía es como hacer un gran fuego/ un soplido largo, muy largo en las tinieblas (...) Y tú nunca olvidas a quien estaba sentado al lado tuyo”.
Heidegger, el filósofo, a propósito de ese soplido del poeta en las tinieblas, había afirmado que “el poeta es capaz de decir lo sagrado en la noche del mundo”. En un tiempo en que lo espiritual, lo religioso se ha desmoronado en nuestra sociedad, la poesía sigue siendo un ámbito donde vibra lo sagrado. Por eso es tan importante el Premio Nacional de Literatura, y particularmente cuando este año les corresponde a los poetas. He sugerido otras veces que, por la riqueza y centralidad que ocupa la poesía en nuestra literatura, debiera crearse el Premio Nacional de Poesía, como un gesto hacia la genialidad de nuestros poetas, “genios” del pueblo, nuestros “daimones” que hablan por nosotros, que muchas veces nos quedamos sin palabra y, al vaciarnos de palabra, nos quedamos vacíos de Ser. Ellos son los pájaros más excelsos de nuestro jardín, nuestros bellos “faisanes”, como dice Violeta Parra en su “Cueca a los poetas”. Tal vez ellos nos puedan ayudar a reconstruir nuestras hondas fracturas desde el canto, no desde el discurso. El discurso separa, la poesía une, es encuentro. La poesía es “escucha”, tan necesaria en tiempos en que todos vociferan y nadie oye al otro, ni siquiera a sí mismo…