Era un contertulio infaltable en aquellas amables tardes del Café Santos, que existió tantos años y desapareció hace tantos. Era empresario de la locomoción y, más que nada, hincha ferviente de la Católica, como otros en esa mesa legendaria del café histórico de Ahumada con Huérfanos. Rara vez faltaba Anwar Duck. Y para todos era, según el bautizo de los graciosos, “el Pato Duck”. Buen tipo, amistoso y amable. Alguna vez (en medio de una acuciante cesantía periodística) le pedí consejo sobre el negocio del transporte de pasajeros. Me lo dio, pero no le hice caso y entré al ruedo. Logré salir sin cornada.
No es mi único recuerdo ligado a personas de nuestra enorme colonia árabe. A eso de los 4 años mi hermano mayor, muy mayor, me llevaba a un famoso café de Recoleta (“La Wally” creo recordar que se llamaba) cuando el sector muchos lo reconocían como “turcoleta”. Y la calle Patronato era también de ellos. Allí se reunía la juventud árabe y entre medio, el suscrito.
En todo caso, el historial de Mario Marín, el hermano que le digo, fue muy largo en las cercanías de la gente palestina. En 1955 llegó a la Gerencia del Club Deportivo Palestino desde el mismo cargo que ocupara en la UC, campeón de 1954. Al año siguiente, los tetracolores (expresión que patentó el “Chasca” Pérez y que la RAE no acepta porque nunca atina) fueron campeones con una alineación de fantasía y la Católica se fue al Ascenso. ¿Algo que ver? ¿Acarreaba la suerte mi querido hermano?
De modo que los históricos salones de la sede de la calle Santo Domingo los conocí desde muy joven, niño en realidad. Un gran salón de enormes dimensiones y otros menores al costado derecho. A la izquierda la administración y al fondo el bar comedor. Allí, en uno de esos grandes sillones, esperaba a mi hermano cuando se acercó un garzón a tomar mi pedido para el almuerzo y yo, confundido y sin mundo, pedí “una sopa de verduras”. El garzón me preguntó “¿De qué verduras?”. ¡Vaca!
Ya estaba más grande cuando comencé a asistir a las reuniones en que el club entregaba al Premio “Amador Yarur Banna”. Una fiesta del periodismo de deportes. ¡Qué discursos inolvidables de Julio Martínez que solían terminar con “Gracias a la vida”! Figuras gigantes pasaron por ahí. Renato González, Antonino Vera, Raúl Hernán Leppé…
Más tarde, Palestino trasladó su ceremonia al Estadio de la Avenida Kennedy y allí adquirió proporciones faraónicas. Ahí fue premiado este columnista, que recibió la distinción de manos de Ricardo Abumohor, uno de los más serios dirigentes que haya tenido el fútbol chileno.
Años antes conocí a su padre, Nicolás, tesorero de la organización del Mundial del 62 y más tarde presidente de la Asociación Central. Gran tipo. Diplomático, sensato, influyente. Cuando se fue de la ACF prometió no volver y jamás volvió. Decente y de palabra. El mundo dirigencial del fútbol chileno se puede dividir históricamente en “Antes y después de Nicolás Abumohor”.
Inolvidable también Enrique Atal, otro amigo de Mario Marín, quien lo invitó a mi matrimonio y nos regaló el paseo de recién casados en un auto de lujo que hoy los siúticos llamarían “de alta gama” (el viaje de luna de miel lo hicimos en mi histórico Henry Junior que nos llevó a Pichidangui). De él heredé la amistad de su hermano Sergio Atal, que sigue agregando juventud a sus años.
Juan Aguad es un colega que en 1966, cuando se jugaba el Mundial de Inglaterra, salvó mi empleo y mi carrera cuando me defendió del ataque de un jefe que pretendía despedirme con malas artes.
En fin. Palestinos. Gente de bien a la que he conocido y tratado. Reunidos en un club que hace seis días cumplió cien años. ¡Cómo no lo voy a querer!