Con el Bayern Munich alzando la Champions culminó la etapa más dura de la pandemia para el fútbol europeo, con nota sobresaliente para la organización y los cuidados que demandó esta crisis sanitaria. La apuesta por la burbuja para terminar las copas internacionales fue ejemplar, lo que supone un alto desafío para la Conmebol y los torneos locales en Sudamérica.
Los alemanes podrán nuevamente lucir su orden institucional y, sobre todo, su enorme capacidad colectiva para quedarse con un trofeo que merecieron ampliamente y que vuelve a sus vitrinas para ratificar una filosofía, donde siempre el colectivo está por sobre las individualidades, no se suelta la billetera para apuestas desmedidas y se valora la condición de los socios por sobre los propietarios foráneos ansiosos de reconocimiento y redes financieras.
Haciendo carne el concepto de “la peor astilla”, el multimillonario sueño del PSG cayó en la final con un gol marcado por Kingsley Coman, a quien los relatores bautizaron como “El bávaro”, pero que es más francés y parisino que la baguette, añadiendo una pincelada de ironía a un cuadro que batalló duramente pero que no fue superior a los alemanes. Seguramente con la ilusión de volver a estar en la final su propietario, el jeque Nasser Al-Khelaifi, volverá a impactar al mundo con una contratación galáctica que cierre la década con la pirotecnia desatada, que nos impide abanderizarnos con un proyecto forjado a costa de golpes de efecto más que de convicciones futbolísticas.
Terminada la fiesta europea comienza la nuestra, acompañada de la ansiedad propia de la abstinencia prolongada. Recordar que nos quedamos sin festejos ni lamentos la temporada pasada por el pavor colectivo y la inoperancia administrativa ya es vano, ni tiene más propósito que advertir sobre la repetición de los errores cometidos. El éxito de este retorno no sólo dependerá del rigor para aplicar los protocolos sanitarios, sino del compromiso activo de todos los actores para defender el territorio de pertenencia de quienes siempre buscan aprovecharlo para beneficio de sus banderas de lucha.
El generoso entusiasmo de las máximas autoridades políticas para lanzar penales en el Estadio Nacional tiene que replicarse a la hora de anticipar las medidas de prevención contra los grupos que —demostrada y evidentemente— apuestan por boicotear y hackear nuestro juego. Su detección y control ha quedado en manos de las fuerzas policiales, que han fracasado históricamente en su intento por neutralizarlas. A no creer que jugar sin público hará desaparecer automáticamente el problema.
En lo futbolístico, la lógica será apostar por aquellos que de manera más seria se tomaron el retorno. Y a no olvidar que las particulares condiciones en que se disputarán las competencias internacionales incidirán en los rendimientos de quienes siguen en esas lides. Dos razones que deberían preocupar en Colo Colo.
Volvemos después de un paréntesis largo y sufrido, donde comprobamos que se puede existir sin fútbol, pero que nada parece lo mismo a quienes lo vivimos con la pasión sana de lo imprescindible. Hagámoslo seriamente, en honor de los que ya no están.