Inter no fue campeón de la Europa Legue y Sevilla, que ha ganado seis veces el título, nada menos, se fue de copas, flamenco y palmas, porque no hay como el equipo andaluz para hacerlo de nuevo. Y tantas proezas, por cierto, son un reto para el eterno rival y su nuevo entrenador: Betis y Manuel Pellegrini.
Sevilla anda, y no ahora, sino desde hace tiempo, por los cielos de Europa, mientras que el Betis no sale de las orillas del Guadalquivir, que es el río que cruza la ciudad.
El partido final se jugó en Colonia, Alemania, por culpa del virus, y el primer gol fue del Inter y hubo mérito de Romelu Lukaku, el goleador, pero también culpa del brasileño Diego Carlos, oriundo de Barra Bonita, por las cercanías de Sao Paulo, y un defensa de 27 años que le hizo un penal desesperado a Lukaku, después de ser sobrepasado por el belga que anda por la misma edad, pero calza 47 y medio y tiene la potencia de una máquina eléctrica o a vapor o a carbón, y da lo mismo, pero de que es máquina es máquina. Y así corre, el eje se mueve, parten los piñones, suenan los pistones, mete la carrocería y no lo para ni Dios.
De más está decir que Dieguito Carlos, por cierto, no es ni siquiera un semidiós, sino un central.
Pero pese a todo, porque el fútbol es así, los españoles habían dado vuelta el partido y ahora están 2 a 1 por encima, cuando los dos antes mencionados de nuevo son protagonistas y repiten los papeles, fuera del área, eso sí: el bendito de Barra Bonita hace otro foul y manda al suelo al nacido en Amberes, y de ahí salió el gol de Diego Godín y el empate en el marcador.
Pero el fútbol, como ya se comentó, es así. ¿Así? ¿En qué sentido es así?
En el sentido de que siguió el encuentro y ahora viene un centro a favor de Sevilla en busca de la fortaleza italiana y después de un cabezazo la pelota queda en el aire.
Lo que hizo Diego Carlos, según los peruanos, es una chalaca.
En el resto del mundo, las cosas como son, se dice chilena.
El brasileño terminó como héroe por una chilena chueca —es un decir futbolístico— que no iba al arco, pero estaba la pierna derecha de Lukaku, ahora en plan trágico, porque la pelota rebotó en el pie 47 y medio, fue autogol y el 3 a 2 definitivo.
Así que Dieguito Carlos, sumando y restando, subió a los cielos con el Sevilla y de maléfico pasó a angélico.
Lukaku seguirá en lo suyo: exigiendo centros bien dados, pases con ventaja, paredes correctas y todas esas cosas que le hacen la vida y la felicidad a los centrodelanteros.
Y para el recuerdo quedó el ingreso de Alexis Sánchez. Reemplazó a Lautaro Martínez y si en esas circunstancias extremas —perdiendo la final y con apenas 15 minutos por delante— el entrenador no hace jugar juntos a Martínez, Lukaku y Sánchez, ya se sabe que el queso anda por donde Antonio Conte, el entrenador.
¿Por qué?
Per mouse, si se trata de computación.
Per topo, si es por el animalito.
Por ratón.
Así es el fútbol.