Las mejores soluciones para Chile, como se sabe, están en las antípodas y eso explica que se hable de lo maorí y del ejemplo de Nueva Zelandia, con el fin de importarlo y aplicarlo a los pueblos originarios.
Hemos dado vuelta al mundo buscando respuestas que otros ya encontraron, para ajustarlas a nuestro país de la mejor forma posible.
Toma tiempo y se necesita paciencia, pero en eso estamos.
Una educación pública con algo de Finlandia y otro algo de Singapur; una salud con mixtura sueca-danesa, y un transporte según el modelo colombiano-honkonés, donde tomaríamos la micro como en Bogotá y después de unos años, nos bajaríamos como en Hong Kong.
Así que tenemos experiencia acumulada, pero volvamos a lo que nos convoca: lo maorí, en cuya cosmovisión se aceptaba el canibalismo.
Esa sí que es visión de mundo: zamparse al enemigo.
Recordemos el asalto al bergantín Boyd, en diciembre de 1809 y en la bahía Whangaroa, donde capturaron y se sirvieron a 70 ingleses, de los que solo quedaron restos astillados, es decir, después de la carne, royeron los huesitos. Recomiendo de Herman Melville la novela
Taipi, un edén caníbal, para conocer como era la vida en las islas del Pacífico Sur.
La buena noticia es que la cosmovisión es como el clima y se modifica con el tiempo y las circunstancias.
En política e ideología, desde luego. Antes de izquierda y ahora de centroderecha, antes de derecha y ahora de centroizquierda y antes de centro y ahora de ninguna parte.
En la bancada del PS, un 70% mutó de cosmovisión y la mitad de ese porcentaje se modificó de nuevo: A en 1970; B en 1990 y de nuevo A el 2020.
Nombres propios hay demasiados y son conocidos: Mauricio Rojas, Francisco Vidal o Joaquín Lavín.
La DC ha saltado de una cosmovisión a otra y el problema actual es que se le están acabando. Y la UDI, en fin, por supuesto que cambió de cosmovisión, porque la inicial era impresentable para una democracia.
Y así también los maoríes, que ya no comen lo mismo, porque varió su visión de mundo y su gastronomía.
La misión, entonces, consiste en conocer más su arte, el ukelele, la escritura, tatuajes y lo del haka, ese baile y grito de guerra que se traspasó a los rugbistas.
Propongo una saga de seminarios con invitados aborígenes maoríes —profesores, historiadores y antropólogos— que nos podrán explicar lo que hemos hecho bien y mal en La Araucanía.
Otra idea sería enviar, con sentido de urgencia, una delegación a Wellington, con representantes del Gobierno, parlamentarios, académicos, empresarios y artistas, para que conozcan el proceso in situ y cómo lo hicieron y cuánto se demoraron y cuánto les costó.
Los viajeros, si se les presenta la ocasión, deben subir a las redes sociales una selfie con la Presidenta Jacinda Ardern, si es que los recibe, donde aprovechan de invitarla a la Araucanía.
En resumen: la situación del pueblo mapuche es compleja y las aristas del problema son profundas y múltiples, pero por algún lado hay que empezar a resolverlo.
El consenso es general y no hay más tiempo que perder: empecemos con los maorí.