Fotografiada en primer plano, una enfermera mira al frente con una fijeza extraña, como extraviada, fuera del mundo. La cámara toma distancia cuando una compañera la llama y le pregunta si ha “regresado”. La enfermera es la altísima Iya, también llamada Dylda (Viktoria Miroshnichenko), coprotagonista de esta película que entrega la información a gotas, como si el espectador fuera un intruso que llega demasiado tarde. Más adelante sabremos que Iya sufrió una conmoción cerebral en el frente de guerra.
Es Leningrado, en el primer otoño de la posguerra. La ciudad y sus habitantes tratan de recuperar la normalidad en medio de la pobreza y la escasez. Leningrado fue sitiada durante meses por los nazis; la historia consigna que se luchó allí como no se ha luchado nunca antes ni después. Iya es una sobreviviente y ahora trabaja en un hospital donde solo hay heridos de guerra. Uno de ellos, Stepan (Konstantin Balakirev), no vive más que con su cabeza; nada de su cuerpo responde. Iya se verá comprometida en una decisión tremenda, filmada en un solo plano cenital, acaso uno de los más insoportables que se hayan visto en el cine reciente.
Iya tiene un niño, Pashka, un pequeño batracio (así lo filma otro plano cenital, ahora encantador) con el que duerme cada noche, hasta que un día, en lo que parece ser un juego, pero el juego de una conciencia extraviada… Más tarde sabremos que Pashka no es su hijo, sino el de su amiga Masha (Vasilisa Perelygina), quien ya desmovilizada, regresa para trabajar de asistente en el mismo hospital. Y Masha quiere un hijo, su hijo, cualquier hijo, tras esa guerra en la que tener hijos es una especie de desafío contra las pérdidas.
El director Kantemir Balagov, de origen kabardino, aún no cumple 30 años, pero es un cineasta por todo lo ancho, un prodigio formado al alero de la escuela originada por Aleksandr Sokurov, cuya influencia en el moderno cine ruso parece no tener límites. Los primeros planos largos, suspensivos, demasiado próximos y cargados de tensión, parecen proceder de allí. Pero además, Balagov tiene un ojo asombroso para el color: por ejemplo, ese choque de verdes y naranjas en torno al tema de la fertilidad que Masha ha perdido en la guerra.
Una gran mujer narra una historia retorcida y expresionista —inspirada en relatos de Svetlana Alexievich—, interior y escalofriante, una mezcla entre
Persona y
Salva y protege, aunque con una fuerte identidad y un firme propósito de meterse bajo la piel de la pérdida, la manera en que el horror y el desbalance de la pérdida empujan a una mujer a buscar la intercambiabilidad con otra, que es su amiga y su némesis.
Balagov es un gran cineasta en el inicio de su carrera.
Una gran mujer, su segundo largo, es la constancia de que se trata de un artista con un mundo ya formado.
DYLDADirección: Kantemir Balagov.
Con: Viktoria Miroshnichenko, Vasilisa Perelygina, Andrei Bykov, Igor Shirokov, Konstantin Balakirev, Ksenia Kutepova, Alyona Kuchkova.
130 minutos.
En MUBI.