Hijos de la Stasi, novela inaugural de David Young (1958), ha tenido un repentino éxito, merecido por varias razones: la edad del autor británico, quien tras estudiar profusamente acerca del tema que va a tratar nos entrega un texto que parece escrito por un veterano; la elección del competitivo género policíaco para su debut literario; la radiografía implacable de un régimen que convierte en títeres a las personas sometidas al control de la autoridad, en fin, el entrecruzamiento de vidas condenadas al fracaso desde la partida y sobre las cuales no cabe hacerse ninguna ilusión.
A Young se le ha comparado con Philip Kerr, quien empleó la novela negra en los tiempos de Hitler, y con John Le Carré, el maestro supremo en las historias de espionaje. Tales paralelos son justos, si bien adolecen de una falacia: mientras sus precursores se sujetan a moldes un tanto clásicos, refrenados en cuanto a mantener ciertas reglas del juego limpio, Young sobrepasa todo lo imaginable en términos de truculencia: asesinatos de ensañamiento atroz, violaciones de menores, bestialismo, ejercicio de un sadismo desenfrenado, brutalidades sin matices, corrupción generalizada son solo unas pocas gracias que Young nos aporta en
Hijos de la Stasi.
Como su nombre lo indica, la obra transcurre fundamentalmente al interior de la todopoderosa policía secreta de la ex República Democrática Alemana. El relato es protagonizado por Karin Müller, comandante de la Stasi y primera mujer en ocupar un alto cargo en una organización cuyos poderes son ilimitados y solo le rinde cuentas a la jefatura máxima del Partido Comunista. A Karin se le encomienda investigar el homicidio de una adolescente que se fugaba, al parecer del lado occidental. Por una parte, le piden que averigüe la identidad de la joven y por la otra, le informan repetidamente que el caso está cerrado y le prohíben, de manera tajante, que haga preguntas. Karin es una ciega partidaria del totalitarismo imperante, aunque tiene que darse cuenta de que las pruebas no cuadran, que el escenario del crimen es un montaje y que, de mantenerse en sus cabales y continuar con la investigación, las pistas que va descubriendo la llevarán a un callejón sin salida, que afectarán su integridad personal, su matrimonio con Gottfried, disidente pacífico y, en última instancia, toda su carrera como miembro directivo de una institución que, para ella, es intachable. Young es inteligente y muy sutil al centrar la trama en Karin: el hecho de que, hasta el final, crea que el Muro es una barrera de contención antifascista, que las bondades del sistema socialista sean evidentes, en fin, que resulte una anticapitalista hecha y derecha otorga un alto grado de verosimilitud al personaje. Sin embargo, por más caída del catre que sea, tonta no es y poco a poco será víctima de las dudas que la acosan cuando el soplonaje, la deslealtad, la evidente desigualdad social o los groseros privilegios que detentan los jerarcas sean manifestaciones que ya no puede ignorar más.
La intriga se desarrolla en unos cuantos meses durante los años 1974 y 1975 y cubre prácticamente todo el espacio geográfico de la Alemania comunista, con la acción enfocada en el entonces Berlín Oriental. Una buena parte de
Hijos de la Stasi es narrada en primera persona por quien después sabremos que es Irma, confinada, junto a Matías y Beate en un horrendo reformatorio cercano al Báltico y donde se practican apremios inimaginables en contra de los reclusos (quizá a Young se le pase la mano aquí). Y la otra parte corresponde a las correrías de Karin, de sus subordinados, de sus jefes e incluso hay referencias, con nombres y apellidos, a la pareja conformada por Erich y Margot Honecker. Es en estos momentos cuando
Hijos de la Stasi adquiere un carácter laberíntico, bizantino, resbaladizo, ambiguo y sobre todo, revelador, o tal vez habría que decir escandaloso: la traición reina por doquier; mirar para el lado puede costar el fusilamiento o presidio perpetuo; nadie sabe quién es quién; la mentira se impone a diario, en cada momento y hora del día; el o la que se descuida un instante puede terminar con sus huesos en el fondo de una mina, en cementerios clandestinos, encerrado o encerrada en mazmorras impenetrables.
En el fondo,
Hijos de la Stasi es mucho más que el enjuiciamiento a un determinado sistema político y social. Es, pese a cierta estridencia, ni más ni menos el retrato de la descomposición moral, individual y colectiva a la que lleva el terror de una dictadura total, una que nos hace perder nuestra humanidad.