Me he reído toda la semana con los chistes y memes que surgieron después del anuncio de Vladimir Putin de que Rusia ganó la carrera por la vacuna contra el covid-19 y que inscribirá antes que nadie el tratamiento de inmunización.
La imagen de Putin sin camisa, montando un gran oso negro, y con una gran jeringa cruzada en la espalda resume con talento el metalenguaje del anuncio de la primicia inmunológica: esto, más que una carrera por la salud y la vida, es una carrera por la supremacía y el poder. El argumento central de Putin para garantizar que su vacuna es segura —pese al procesamiento exprés— es que su propia hija había sido inoculada y que no había tenido efectos secundarios.
El aparataje propagandístico ruso rápidamente difundió imágenes que exaltaban un supuesto triunfo ruso sobre Estados Unidos y China. Así, queda claro que Moscú no está fuera del duelo planetario entre Washington y Beijing. Los más nostálgicos, incluso, incorporaron en los anuncios por redes sociales la bandera soviética, con la hoz y el martillo, y soñaban con un “revival” de la URSS gracias a la vacuna. Como si después de estos “30 años funestos” (desde la caída del Muro de Berlín y el desplome soviético) las cosas volvieran a estar en su lugar.
Pero la verdad, por ahora parece ser otra.
Según las publicaciones científicas más prestigiosas, el equipo que lleva la delantera en la búsqueda de una vacuna contra el covid-19 no es ruso, ni chino, ni norteamericano, ni sigue instrucciones de Putin, Trump o Xi.
El equipo lo lidera una mujer, y no un musculoso montado en un oso. Ella se llama Sarah Gilbert, es profesora de la Universidad de Oxford y vive en Londres. Su team de 300 personas fue el primero en llegar a la llamada “fase 3” de la elaboración de una vacuna. Sus trillizos de 21 años fueron voluntarios para las pruebas.
Como ven, en la vida hay vacunas y vacunas.
En el idioma español, de hecho, la voz “vacuna” tiene al menos dos tipos de acepciones. Una es la original, referida a la preparación destinada a generar inmunidad en las personas contra alguna enfermedad, produciendo anticuerpos.
Pero hay otra más sabrosa. Que es casi un antónimo.
En Latinoamérica se le dice “vacuna” a una persona torpe, que estropea cosas. También se usa como una extensión de “vaca”; en vez de decir que alguien “es un vaca” (pesado, cargante, insoportable), se puede decir que es un “vacuna”. El término también se puede utilizar como verbo. “Me vacunaron” se dice cuando a uno lo sometieron a un cobro indebido, mediante un engaño o una extorsión, o si a uno lo perjudicaron sometiéndolo a una carga injusta o inesperada.
Vivimos en medio de una epidemia sanitaria y una epidemia política. Se está empezando a llenar el ambiente de personas que nos ofrecerán vacunas milagrosas. Algunas podrán efectivamente ayudarnos a nosotros y a nuestras familias. Pero otras serán todo lo contrario. Terminarán empeorando nuestra calidad de vida a futuro.
Ojo con eso. A veces la solución no está en las opciones más vociferantes, como en el caso de las vacunas. Ahí yo pongo las fichas en la doctora de Oxford que trabaja cabeza gacha en un laboratorio sin buscar con su invento conquistar el mundo.