En efecto, en medio de la tormenta y del zarandeo que esta provoca a la barca, el Apóstol desafía al mismo Señor diciéndole: “¡Si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua” (Mt 14, 28). Luego, la sucesión de los hechos se vuelve vertiginosa. Jesús llamó a Pedro quien, teniendo fija la mirada en el Señor, y contrariando las leyes de la naturaleza, empieza a caminar sobre las aguas. Pero, al poco andar, el primero de los Apóstoles, seducido por el viento y por la agitación de las olas, distrae su mirada y su “milagroso” caminar se desvanece ante la duda y el miedo. Rápidamente se hunde en las preocupaciones mundanas, en los “vientos” y en las tormentas del momento. El grito “Señor, sálvame” (Mt 14, 30) expresa la “bipolaridad” interior, que hace transitar a Pedro desde la confianza entrañable a la angustia y a la sensación de muerte.
Los detalles del relato son una verdadera catequesis acerca de la fe.
Cuando Pedro camina sobre las aguas lo hace no por su propia fuerza, sino movido por la gracia divina en la que cree; y cuando Pedro zozobra, es porque dejó de fijar su mirada en Jesús y de fiarse plenamente de su palabra, alejándose interiormente de él y hundiéndose en el mar de la vida. No es que estos “vientos fueran nuevos o que la tormenta cambiara de un momento a otro, sino que el pescador se aproxima a ellos con la fe debilitada. En pocas palabras, en Pedro, con sus impulsos y sus debilidades, se describe la fe de cada uno de nosotros: siempre frágil, pobre e inquieta, pero llamada a ser victoriosa.
Esta incisiva catequesis tiene una enorme actualidad. Hay una tendencia cultural instalada que nos lleva a mirarnos solo a nosotros mismos, perdiendo el foco de nuestra travesía, distanciándonos del Señor e instalando en nosotros la duda de fe; y, al mismo tiempo, hay sembrada una confianza excesiva e irracional en aquello que no puede darnos la verdadera seguridad.
Eso hace que cuando llega la angustia por los problemas de la vida nos sumerjamos en las “aguas” de lo cotidiano con desesperanza porque perdimos la capacidad de cultivar la fe. Y ahí empieza el “hundimiento” de la vida. Son tantos los bautizados que partieron mirando al Señor pero que, al poco andar, golpeados por las “olas” de la vida, se dejaron sumergir en la duda y en la incredulidad. Por ello, una primera enseñanza que sacamos es la interpelación fuerte y clara a cultivar el don de la fe.
Un segundo aspecto refiere al valor de la comunidad en el proceso de la fe. “En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Jesús diciendo: ¡Realmente eres Hijo de Dios!” (Mt. 14, 32-33). Sobre la barca estaban todos los discípulos, unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la “poca fe”. Pero, cuando Jesús vuelve a subir a esa barca, el clima cambia inmediatamente: todos se sienten unidos por la fe en el Hijo de Dios. Es que la tempestad es vencida por la seguridad que da la comunidad en presencia de Dios. Todos, pequeños y asustados, se convierten en “grandes” en el momento en que se postran de rodillas y reconocen en su maestro al Hijo de Dios. ¡Cuántas veces también a nosotros nos sucede lo mismo! Sin Jesús y lejos de la comunidad, nos sentimos asustados e inadecuados hasta el punto de pensar que ya no podemos seguir. ¡Falta la fe! Pero Jesús siempre está con nosotros, tal vez oculto, pero presente y dispuesto a sostenernos, invitándonos una y otra vez a hacer la “navegación” de la vida junto con otros, nunca solos, en la Iglesia.
No puedo concluir sin hacer mención a la preciosa imagen de la barca.
En efecto, como una barca, la Iglesia debe afrontar las tempestades y, algunas veces, parece ser arrasada por las “olas”.Lo que salva a la barca de la Iglesia no son las cualidades y la valentía de sus hombres, tampoco son los reconocimientos humanos ni sus discursos o posicionamientos sociales, sino que la salva el don de la fe, que le permite navegar incluso en la oscuridad. La fe da la seguridad de la presencia de Jesús siempre a nuestro lado, sosteniéndonos con su mano y apartándonos del peligro. Todos nosotros estamos invitados a esta barca de la Iglesia, donde nos sentimos tranquilos, a pesar de sus límites y debilidades. Y nunca nos olvidemos que en esta barca estamos seguros, sobre todo, cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida.
Feliz domingo.
“Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: ‘Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!'. Pedro le contestó: ‘Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua'. Él le dijo: ‘Ven'. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: ‘Señor, sálvame'.Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ‘Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?'. En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: ‘Realmente eres Hijo de Dios'”.
(Mt. 14, 26-33)