Eros y Afrodita en la minificción, antología de Dina Grijalva, está íntegramente dedicada al microcuento, un género que ha adquirido una popularidad y una productividad asombrosas en el último tiempo: talleres literarios, editoriales, cursos virtuales e incluso universidades imparten posgrados para escribir relatos de media página. El problema que presentan los microrrelatos es que se prestan para la pereza, la facilidad, el descuido o la dejación: cualquiera puede redactar un par de frases y sentirse un artista consumado. Por otra parte, hay autores y autoras insignes que lo han practicado con fruición, de modo que tampoco se le puede descartar, así como así: Cortázar, Borges, Silvina Ocampo, Soledad Puértolas, Augusto Monterroso, por citar solo nombres de narradores que publican en español, han creado piezas memorables que se leen en un minuto.
Eros y Afrodita… contiene 170 minicuentos, generados en el ámbito iberoamericano, por lo que es totalmente imposible reseñar a cada uno de ellos. Lo mejor es, entonces, ir al índice y ver quién es quién, lo que, por razones obvias, equivale a decir cuántos chilenos y chilenas están incluidos en el compendio. Son diez, de forma que tampoco resultan viables las referencias individuales. Los más conocidos, al menos para este crítico, son Pía Barros, Lilian Elphick y Diego Muñoz Valenzuela. Barros ha incursionado en el territorio erótico, abierta y descaradamente, desde que inició su carrera: “Lava” y “Maitines” son muestras de su perturbador talento en este medio. Elphick es una notable narradora, que parece haber abandonado la longitud en favor de la extrema brevedad: “Lilith” y “Botánica del deseo” la sitúan dentro de lo más logrado de este libro. En cuanto a Diego Muñoz, “Acoso textual” e “Imaginación del deseo” comprueban que se maneja tan bien aquí como en el cuento convencional y la novela. Sin embargo, sin ser chovinistas, para nosotros, quizá el rasgo sobresaliente de
Eros y Afrodita… consiste en que ningún compatriota desmerece al lado de literatos tan consagrados como Cristina Peri Rossi, Clara Obligado o Fernando Iwasaki.
Fabulario, de Rodrigo Barra Villalón (1965), quien también forma parte de la compilación anterior, es una grata sorpresa y una estimulante experiencia de principio a fin: todos los títulos son parejos, muy bien concebidos, sin baches ni pasos en falso. El sustantivo “fábula” alude a historias cortas, con propósitos pedagógicos y es de su esencia que culminen en una moraleja (Esopo, La Fontaine, Samaniego y muchos más, vienen enseguida a la memoria). Nada de esto se aplica a Barra, quien desarrolla una escritura impecable, sumergiéndose en un paisaje ambiguo, en el que la verdad y la mentira se entremezclan y el misterio podría traducirse en lo manifiesto.
Nuevamente, estamos frente a 37 narraciones, no tantas como las que provienen del ejemplar preparado por Dina Grijalva, aunque demasiadas para comentarlas en detalle. Las materias que trata Barra dicen relación con lo fantasmagórico e imaginario, con la aproximación realista, con lo mitológico o lo cotidiano y presentan numerosas singularidades prosísticas, variados personajes que transitan desde lo trivial a lo quimérico y un carácter general que puede ser irónico, descabellado o, lisa y llanamente, convencional.
“Los pasajeros”, “La plaga”, “El regreso” y “El coleccionista” conforman un excelente inicio de este
Fabulario: diálogos naturales, cultura sólida sin pedantería, sucintas descripciones, apenas un par de palabras que nos internan en situaciones absurdas o comunes y corrientes. El primer episodio expone un frustrado viaje a Machu Picchu, que termina mal o tal vez se preste a un equívoco desenlace de rasgos espectrales. El segundo expone un fatal accidente del tránsito y si bien está compuesto en primera persona, los verdaderos protagonistas son un Mercedes Benz y una motocicleta. Los dos restantes podrían poseer aspectos autobiográficos (Barra es oriundo de Magallanes): “Cuando la noche se adueñó del mundo, dejó de nevar y se produjo un claro en el cielo”, reflexiona el héroe, quien, al igual que el Viejo, la otra figura de esta despoblada trama, es zurdo. El último tiene como actor central a un catalán que nació en 1899 y defiende a brazo partido la imprenta frente a la omnipotente internet.
Así, tanto
Eros y Afrodita… como
Fabulario constituyen atrayentes argumentos de lo que hoy por hoy se edita en castellano y, sobre todo, dan a conocer a escritores y escritoras que no viven pendientes de las candilejas ni de la propaganda.