Ustedes bien saben que no me gustan mucho los “ismos”.
Varias veces me he burlado en esta columna de los “ismos” más típicos, recurriendo a la ya ancestral analogía de las “dos vacas”. ¿Lo recuerdan?
Comunismo: “Tienes dos vacas, el Estado te quita las dos y te da cada mes la cantidad de leche que cree que necesitas”.
Socialismo: “Tienes dos vacas, el Estado te quita una y se la da a tu vecino. Todos los meses el Estado va a buscar leche para repartir entre quienes él estima conveniente”.
Capitalismo: “Tienes dos vacas, vendes una y compras un toro. Armas un negocio ganadero, lo vendes y te retiras a vivir de las ganancias”.
Hay otros “ismos”, más desprestigiados aún, como el machismo, el racismo, el consumismo y hasta el “cosismo”.
De todos los “ismos”, el único en el que yo he militado con convicción es en el “optimismo”.
Pero estoy a punto de desafiliarme.
Nunca antes me había sentido tan pesimista como ahora.
Pese a los durísimos momentos que hemos vivido en los últimos diez meses, siempre tuve confianza en que aparecería, en algún momento, la luz al final del túnel. De hecho, varias veces la vi. Pero cada vez que me acerqué a ella descubrí que la luz no era en verdad la salida, sino un incendio dentro del túnel.
Ha habido demasiados incendios en estos meses.
Y ya no sé si veo alguna luz al final del túnel.
Siento que la pandemia no pasa, ni aquí ni en ninguna parte del mundo. La economía no logra reiniciar sus motores. El conflicto en La Araucanía se vuelve cada vez más grave. La política y muchos políticos dan espectáculos deplorables; no cumplen con sus deberes más básicos. La justicia muestra un rostro muy injusto.
Creo que estamos todos agotados. Ya nos cansamos de pelear. Siento que la poca energía que nos queda debiésemos usarla para ir hacia delante, no hacia el frente. Porque hay demasiado que hacer para volver a poner de pie el país. Necesitamos nuestras dos manos para levantar carretillas o incluso para aplaudir… no para empuñarlas contra otros.
Hay muchos que no queremos más guerra.
Y la forma más rápida de terminar una guerra es perdiéndola.
Sé que suena raro eso, y además no inventé yo la frase, sino que la escribió George Orwell. Pero estoy de acuerdo en que uno en la vida tiene que ser capaz de entender cuáles batallas hay que dar hasta el final y a cuáles uno debe renunciar para resolver un conflicto más importante, de más largo plazo.
Por eso creo que la oposición dura debiera elegir dar por perdida la guerra que ha librado para tratar de hacer caer al Gobierno. Lo mejor es apegarse al calendario electoral para que seamos los electores los que tomemos las decisiones y no los que más gritan o más queman.
Por eso también creo que el oficialismo que está a favor del Rechazo podría dar por perdido el plebiscito; regalarle el triunfo al Apruebo, y aceptar que se vaya directo a elegir los integrantes de una Convención Constituyente o un Congreso con poderes constituyentes. Eso permitirá ahorrar recursos, contagios de coronavirus y evitará cometer la crueldad de realizar una elección en la que millones de personas no podrán participar, ni en la campaña ni en la votación, por culpa de la pandemia.
Quizás si pensamos así, “fuera de la caja”, podremos observar que la luz al final del túnel es de verdad la salida y no otro incendio más.