Desde que tengo uso de razón escuché que “lo más noble del fútbol es el jugador”. Una sentencia que servía para graficar que los protagonistas de la cancha eran casi inmunes a las debilidades humanas.
Después de observar el desgarramiento entre los jugadores activos, agrupados en el Sifup, y los exfutbolistas, por el bono de retiro que proporciona el sindicato a los retirados desde julio de 2016, queda claro que el aforismo es apenas una buena intención.
El quiebre en el plantel de Colo Colo, por la irrupción de cláusulas que benefician al grueso de la comisión negociadora, que no aceptó las rebajas propuestas por la administración del club, refleja que el enunciado inicial de esta columna es un lugar común. Varios de los que estaban en la mesa sabían que en algún momento los dineros por derechos de imagen, arriendo o pago del pase, caerían en sus cuentas corrientes. Por eso, extremar la discusión hasta permitir que su empleador recurriera a la AFC, con el perjuicio para el “estado llano” del vestuario, a esta altura roza la irresponsabilidad.
Cuando aparece el dinero suele ocurrir que las personas cambian o muestran quienes son en realidad. Donde eso no ocurre, porque varios dirigentes se empeñan en mostrar su mezquindad, es en la ANFP. No se explica que en el primer consejo de presidentes del nuevo timonel Pablo Milad, el ala perdedora en la elección de la semana pasada se negara a la creación de una comisión médica permanente mientras se vive la peor crisis sanitaria de los últimos cien años.
En este ámbito le corresponde actuar al Ministerio del Deporte. Por la magnitud que encierra la operación del fútbol profesional, por el impacto que tiene como espejo en la vida cotidiana de millones de personas, el Mindep tendría que obligar al fútbol a disponer de esta red de apoyo mientras no se normalice la situación del covid-19.
Este consejo es una señal para Milad. Será necesario un tono más duro, menos conciliador, porque sus oponentes de la otra vereda no trepidan a la hora imponer sus intereses particulares.
Día triste para el fútbol chileno ayer. Guillermo “Chicomito” Martínez, volante insigne de Everton en los años 70, murió en Viña del Mar. Campeón en el 76, ascendió además con los “ruleteros” en 1974 y 1982. La memoria del futbolero lo recuerda por una derecha fina y precisa en los tiros libres y penales, pero también por esos pelotazos largos que dejaban con ventaja a los delanteros. El pique del cordobés José Luis Ceballos, en el 3-1 definitivo del título del 76 ante Unión Española, nace con ese balón con lienza que distinguía a los mediocampistas de creación de ese fútbol donde había que ser guapo.
Martínez estaba en las dos; jugaba, pero no eludía la refriega, como lo recordó en una nota con el periodista Luis Urrutia O'Nell, al repasar sus cruces con el lateral izquierdo Oscar Navarro, temido en las canchas locales por una década. Con “Chicomito” se va un trozo de ese fútbol en blanco y negro que nos enamoró e hizo felices, cuando los hinchas admiraban a los buenos futbolistas sin importar la camiseta.