Ya el término desescalada me suena contrahecho, no porque no exista, sino por nunca utilizado, y en España quizá vaya y pase, pero en Chile para nada.
Entiendo que verbo no es, así que no podré decir: “me estoy desescalando de lo más bien, gracias por preguntar”.
Y tampoco lo íntimo, donde después de un desplazamiento permitido y con apenas distanciamiento físico, miro a los ojos y pregunto: “¿Desescalémonos juntos?”.
Abomino de las palabras enfermas e invasoras, prefiero las aladas y poéticas, y no células virales, anticuerpos, cordón sanitario y cuarentena, desde luego.
Leo sin prisa lo del “Paso a paso” y termino cansado, porque vislumbro una vida de jeroglíficos, sin la simpleza del pasodoble genuino, ese popular baile de salón con música de compás binario, y por eso traigo a cuento el título “Sendas del viento”, con su letra de hierbabuena, crespón, pintas y chumberas, y no de seguimiento, vacuna, positividad y tanta palabreja sin gracia y sin garbo.
¡Que alguien diga que no sabe lo que son pintas y chumberas, y qué más da, digo yo, si el sonido es lo que importa!
Busco el azahar, las madreselvas y por donde las libélulas, pero me encuentro a diario con esta cuestión que requiere traducción, especialistas y explicación.
De la trazabilidad, que sé lo que es, y del testeo, que lo entiendo perfectamente, quedarán gráficos renales, cálculos biliares y algo que nadie quiere ver, ni escuchar, y pobre del que lo padezca.
Qué tiempos más feos y confusos.
Digo que una cosa es minimizar las aglomeraciones, para minimizar los riesgos de contagio; y otra distinta es minimizar los riesgos de contagio para minimizar las aglomeraciones.
No entiendo.
Me cuentan que el retorno gradual a cualquier actividad se enmarca dentro de la estrategia gradual, cuya sustentación no es otra que la gradualidad, tan desesperante.
Las restricciones en la apertura inicial no son las de la apertura avanzada, aunque algunas podrían coincidir, pero no las específicas. Y no sé en qué momento pasar del cuidado al autocuidado, y con dificultad me deslizo entre la movilidad limitada y la restricción de la movilidad.
Me pierdo.
Para salir de la cuarentena debo entrar en transición, pero sin descartar que la transición retorne a la cuarentena, y por eso necesito una voz amiga que no encuentro, para que me diga dónde diablos estoy: si en la transición de la cuarentena o en la cuarentena de la transición.
Alejad de mí la pandemia y el horror de las siglas y esas palabras rebosantes de enfermedad: PCR, OMS, covid-19, DEIS, Colmed o Minsal.
Para algunos será el plan del “Paso a paso”. Allá ellos con su vida. Larga, probablemente.
Yo sigo con la mía: el pasodoble y que vengan “El relicario”, “Doce cascabeles” y “Patio moro”.
Me imagino confinado, con cero posibilidades de interacción y sin movilidad alguna; en ese caso, creo que estoy enterrado. Quizá no, quizá yazgo en cama y soñando con nombres que se pronuncian y cantan solos: Imperio Argentina, Marifé de Triana y Antoñita Moreno.