“No te preocupes”, me decía Antonino Vera, a quien llamo padre, “verás cómo aquellos que juegan sucio van desapareciendo y nadie se acordará de ellos”. No me hablaba de jugadores expertos en zancadillas y golpes, sino de dirigentes y de periodistas.
¿Periodistas? Sí, también. Sería estúpido suponer que existe algún gremio ajeno al mal. Había hace 60 años, y supongo que sigue habiendo, coimeros, implicados en compra y venta de futbolistas, voceros de intereses personales o corporativos y otras especialidades. Con una característica en común: la habilidad para ocultarse. Nunca han podido ser plenamente identificables y deben vivir solamente rodeados de la sospecha, salvo que otro involucrado en los hechos hable y pruebe.
No me gusta escribir esto; a nadie debe gustarle. A ningún profesional o maestro de cualquier área. Pero hay médicos que extienden licencias falsas, abogados que estafan a sus clientes, reparadores de artefactos que no instalan los repuestos que les entregan los propietarios, pilotos que beben antes de tomar los mandos del avión. Usted sabe de qué se trata y alguna vez lo sufrió.
De muchacho me irritaba saber que alguno comentaba un partido sin haberlo presenciado. O leer una entrevista interesada. O saber del que iba a recibir instrucciones a alguna sede. En fin. Se desarrolla, además, un sexto sentido para detectar estas faltas. O es uno existente: el olfato, que permite ubicar la procedencia de estos malos olores (sin necesidad de confirmarlo, como el senador Navarro).
De ahí, entonces, lo que me decía mi padre, periodista con gran oficio que hoy también sería un grande. Y tenía razón. Ninguno de esos tipos llegó a ninguna parte. O abandonaron el periodismo o el periodismo los abandonó a ellos (Alguna vez entraré en mayores detalles, pero creo que tendrá que ser en un libro).
¿Dirigentes? Bueno, ahí todos sabemos mucho de la actualidad y de la historia reciente. En el pasado que conozco (y más atrás, por mis mayores) no era fácilmente perceptible algún grado de corrupción. Obviamente, debió haberla, pues es más antigua que el fútbol, pero no detectable, tal vez por los montos implicados (siempre se trata de dinero), que entonces no eran las galácticas cantidades de hoy. Por eso es que cuando Daniel Matamala dijo que encontró algo sucio en el Mundial del 62, le creí, porque era una gran investigación y porque no tendría por qué no creerle.
En los años 60 las dudas recaían normalmente sobre dirigentes de Colo Colo, por la notoriedad del club, de sus jugadores y sus precios de mercado. Los escándalos financieros rodearon siempre al Cacique, hasta que las cifras se inflaron más allá de todo pronóstico y razón implicando a cualquiera institución. También hay aquí casos no pesquisables y algunos que hasta han pasado por honorables. Hay uno del que escucho decir “es pesado, pero honrado” (También es para un libro).
¿Por qué escribo esto? Porque me pregunto de qué ha valido la denuncia constante, el riesgo tantas veces asumido, la exposición a fuerzas malignas, más de alguna cesantía… si las cosas están igual o peor que a tantos años de distancia. Tal vez peor. Si antes algún dirigente metía tímidamente la mano en la tesorería hoy tenemos a uno que pasea en Miami luego de haber robado fortunas y dignidades.
Lo escribo después de leer sobre las elecciones en la ANFP a varios colegas y en especial ayer a Sergio Gilbert (cuyas columnas coleccioné durante años porque sabe mucho y por eso seguramente salió de la televisión). Me pregunto de qué ha valido la denuncia constante. Pero me contesto rápido: no me arrepiento. Y todo empeño vale la pena.