No representa novedad alguna para el seguidor habitual de los avatares del fútbol chileno, la forma cómo se definió la sucesión de Sebastián Moreno como presidente de la ANFP.
Un repaso mental de lo que ha acontecido en las últimas décadas y el hecho más que conocido en torno a los intereses que representan hoy las facciones que componen el Consejo de Presidentes hacían anticipar que la votación virtual que terminó con la victoria de Pablo Milad sobre Lorenzo Antillo estaría plagada de conventilleos, presiones, acusaciones y amenazas por no darle legitimidad al proceso. Había mucho interés propio en juego.
Nada nuevo. Cuando el deseo de control político choca con la ambición económica (que es lo que representaron las fuerzas en pugna en esta elección) el resultado es conocido: un fuerte aroma de podredumbre en la clase dirigencial.
No hay caso. El botín del valioso producto es demasiado seductor. Por eso, enarbolar ahora un discurso que el fútbol tenderá a la unidad “por el bien superior” suena un poco patético. Huele a intento desesperado por lavar imágenes. Son cantos de sirena que ya no seducen ni al alma más inocente.
Claro, no se puede pensar hoy que en el fútbol chileno las cosas pueden ser hoy prístinas si se sabe que en la FIFA misma —ese organismo que se suponía impoluto tras la razzia provocada por el FBI y por la asunción de “hombres rectos y profesionales”— sigue siendo un espacio ideal para la corruptela. Si la cabeza falla, no hay forma que el resto del cuerpo se mantenga sin fisuras.
Por eso, ¿cómo sorprenderse? Toda la estructura tiene orificios. Es cosa de fijarse en los “detalles”.
Representantes y controladores de factoring —en forma impune y gracias a “tecnicismos”— son dueños mayoritarios de uno o más clubes. Promocionan sus “figuras”, los meten al ruedo para que sean exhibidos. Hacen la recogida posterior y vuelta a lo mismo porque el negocio no admite pausas.
No es todo. En las grandes sociedades anónimas abiertas —las que, se supone, representan los modelos a seguir— la lucha interna, las zancadillas entre los propios directores llegan a ser patéticas. A un presidente le deben asignar un notario para ver si vota como se había acordado previamente. Y a otro le quitan el piso en la mantención de un funcionario técnico simplemente porque a ese funcionario técnico se la tenían prometida los opositores a ese presidente que lo llevó al club.
Nefasto. De Zúrich a Santiago, lo que acontece en el fútbol mundial es una joya digna de Puzo.
¿Alguien piensa en el fútbol, en la cancha?
Nadie. Solo está en la agenda de pendientes la reanudación de la actividad. Debe ser rápida, pero no porque “hay mucha gente que vive de esto y hay que pensar en ellos”. No señor. La razón verdadera es que hay que dar “sensación de normalidad” para dejar en claro que ningún virus puede matarnos (aunque, de hecho, mate a miles). Hay que volver porque el CDF lo exige (todos sabemos que el monito solo baila con música). El regreso, de hecho, es inevitable porque la Conmebol y la FIFA programan sus torneos para cumplirles a los auspiciadores.
¿De verdad, entonces, nos vamos a sorprender por lo que pasó en la elección de la semana pasada que era entre lo malo y lo peor?