Pablo Milad es el nuevo presidente de la ANFP y su tarea es dura. El retorno de las competencias, la recomposición del vínculo con Turner —dueño del Canal del Fútbol (CDF)—, el inicio de las eliminatorias para la Copa del Mundo de 2022, retomar la presencia en la Conmebol, las dificultades que con seguridad observaremos con las barras bravas cuando vuelva el público a los estadios, pero ante todo la recuperación del liderazgo del cargo que detenta, son las exigencias en el corto plazo.
En sus primeras declaraciones se apreciaron generalidades, como lo expresó en la edición de ayer de este diario, al no entender que la separación de la ANFP y la FIFA es un imperativo de Zúrich. Los mecanismos están establecidos. Tampoco es saludable abrir la puerta a modificaciones de bases y torneos cortos en el próximo Consejo de Presidentes.
El desgobierno y la carencia de límites de algunos dirigentes del fútbol chileno irrumpieron de manera grosera en la elección del jueves. Los sostenedores de la candidatura de Lorenzo Antillo, encabezados por Victoriano Cerda (Huachipato) y Patrick Kiblisky (Ñublense), hablaron de impugnar los comicios alegando irregularidades en el procedimiento. La realidad es otra. Al darse cuenta de que perdían, embarraron la cancha.
En el momento en que se acordó una elección telemática los términos de referencia se modifican. Acá no votan personas, sufragan representantes de instituciones que ejecutan la voluntad de los clubes, que definieron su inclinación por alguna de las dos listas en reuniones de directorio. El problema para el núcleo duro de Antillo es que en ninguna parte se estableció que quienes sufragaran lo hicieran en solitario.
Por eso, cuando Cristian Aubert, el nuevo presidente de Universidad de Chile, puso un notario para certificar su inclinación por Milad y deslindar cualquier culpa en el caso que el presidente de Audax Italiano se impusiera, la suerte quedó echada.
En este episodio de la ANFP ocurre algo muy grave. Los operadores de la lista perdedora apostaron por torcer la decisión de los directorios de los clubes y cuando no pudieron tiraron el mantel. Solo les funcionó con Puerto Montt, cuyo timonel violó un acuerdo de su mesa.
Es necesario que los clubes de la corporación aíslen a los cuadros tomados por representantes argentinos, cuyas mallas societarias y operaciones de compra de los clubes merecen algo más que una mirada de la autoridad política y económica. En la misma línea, no es posible que Patrick Kiblisky, quien organizó el tinglado financiero de Sergio Jadue en el exterior, se mantenga como una voz que incide en el derrotero del fútbol chileno.
En el caso del corrupto expresidente de la ANFP, su responsabilidad es gigante. Él sabía que Jadue no disponía del patrimonio suficiente para ingresar en las grandes ligas de los inversionistas. Su accionar debió asemejarse al del ejecutivo de cuentas, que en un banco en Punta Arenas, al ver un movimiento sospechoso e inusual en la cuenta corriente de un capitán de carabineros, optó por hacer la denuncia a la UAF. Así nació el “Paco-Gate”. Porque alguien hizo lo que correspondía.