Gastón Soublette vuelve a interpelarnos con un nuevo libro, “Manifiesto”, sobre la crisis en la que todavía estamos (estallido social y pandemia) y de la que no se vislumbra un claro final. Soublette es nuestro Isaías “chilensis”: “voz que clama en el desierto”. La foto de la portada muestra a Soublette con la oreja atenta a lo que está pasando en este convulsionado mundo. “Hay que parar la oreja”, dice el dicho del refranero popular, ese que Soublette ha estudiado a fondo. En medio de tanto ruido, furia y exceso de información, Soublette sabe “parar la oreja” y “estar al aguaite” de los signos de los tiempos. Quizás por su sensibilidad y formación musical.
Este no es un libro de un analista político ni de un experto en crisis, sino de un hombre de grandes intuiciones y vislumbres. Soublette encaja mejor en la categoría del “sabio” que en la del filósofo. T. S. Eliot se preguntaba: “¿Dónde quedó la sabiduría que se transformó en conocimiento/ dónde el conocimiento que degradó en información?”. De hecho, para Soublette, la pérdida de la sabiduría popular tiene que ver con la pérdida de la comunidad y la decadencia de la cultura, con la angustiante sensación de desarraigo que eso produce. Para Soublette, el estallido social y la pandemia son solo la punta del iceberg de una crisis civilizatoria y de la cultura a nivel global, crisis que requiere una nueva respuesta, un nuevo paradigma. Y —según él— tanto las claves marxistas como las capitalistas de interpretación equivocan el diagnóstico y la solución a esa crisis. Ambas visiones, en el fondo, comparten la misma visión materialista del hombre, puesto que creen que el fundamento de la cultura humana es económico, y las dos se caracterizan por “la desmesura, el gigantismo, producto del saber de dominio que los iguala en la base”. Soublette apela a un despertar interior, a una “actitud receptiva ante el destino, en la esperanza en que la vida muestre por sí misma las vías de su evolución natural, renunciando al ánimo de planificar y controlarlo todo”. Una lectura taoísta de la crisis. Para Soublette, nuestra modernidad global padece lo que la milenaria filosofía política china denominó “la preponderancia de la grandeza”: Confucio lo compara con una gruesa viga cuyos soportes laterales son muy débiles. Nuestra modernidad —según Soublette— es un “coloso con pies de barro”.
En plena dictadura, en los 80, recuerdo a Soublette pasearse por el Campus Oriente de la UC con su tradicional poncho mapuche, conversando con Fidel Sepúlveda. Ellos leían los cuentos populares chilenos y a Lao-Tsé; nosotros, jóvenes militantes fervorosos, a Gramsci y Lenin. Los mirábamos con simpatía, pero como personajes “folclóricos”. Hoy, me parece, la mirada de Soublette sobre esta crisis tiene más profundidad y huele más a nuevo que nuestro marxismo de manual. A Lao-Tsé lo llamaban “Viejo muchacho”; Soublette, con sus 93 años, es nuestro “Viejo muchacho”, con los pies bien puestos en la tierra y la mirada siempre dirigida al cielo.
Solo gritar y vociferar por las redes sociales no basta para un verdadero cambio de mundo. Soublette hace suyo el viejo refrán: “más vale encender velas que maldecir la oscuridad”, y afirma que si no hay conversión espiritual y un trabajo de autosuperación psíquica individual, no habrá verdadero cambio, seguiremos atrapados en el mismo paradigma, en que los extremos se tocan. “Las grandes transformaciones llegan con pisadas de pasos de paloma”, dijo Nietzsche. Más que voluntarismo político para los cambios, se necesita saber esperar y darnos cuenta —dice Soublette— de cómo “la vida se está defendiendo a sí misma mediante el despertar interior”. Me imagino a nuestro “viejo muchacho” paseándose entre los paltos y los añosos árboles de su parcela en Limache, oliendo en el aire si va a llover y repitiendo la vieja frase de Heráclito: “espera y hallarás lo inesperado”. El sabio no tuitea, escucha.