Paradójicamente, en medio de la peor recesión en muchas décadas, el debate sobre crecimiento económico brilla por su ausencia. Palabra vetada o debate desgastado, cualquier insinuación a crecer es mal vista. La música del momento es otra, y no hay espacio para conceptos abstractos.
Desafortunadamente, los números hablan por sí solos. De acuerdo con las proyecciones de consenso, entre 2019 y 2022 Chile crecerá en torno a 0,5% anual. Una “fuerte” recuperación en 2021 de 4,5% —como la que proyectan los expertos encuestados por el Banco Central—, no alcanza ni para recuperar lo perdido desde octubre de 2019. Básicamente, tres años estancados y, en términos per cápita, más pobres que hoy. Solo como referencia, en 2022 la economía será 6% más pequeña que lo que hubiese sido creciendo un magro 2,2% anual desde septiembre pasado, la cifra promedio desde 2015.
Este, y no otro, es el principal desafío de los próximos años. Para este gobierno y el que le siga. Aquí se jugará la posibilidad de dinamizar el empleo, financiar programas sociales y lograr que esta pesadilla sea solo eso: una pesadilla. Mucho se ha escrito sobre crecimiento y, aunque sabemos menos de lo deseado, el estado del arte permite sacar lecciones. Nada lo resume mejor que la famosa frase de Paul Krugman: “La productividad no es todo, pero, en el largo plazo, es casi todo”.
Un trabajo publicado por la OCDE (Hsieh, 2015) resume bien cinco lecciones aprendidas en base a la experiencia internacional. Primero, la flexibilidad para que las personas y el capital puedan moverse entre empresas es clave para dinamizar la competencia. Atraer trabajadores y financiamiento elimina bolsones de ineficiencia y proteccionismo. Segundo, el clientelismo político en el ámbito empresarial y en la administración de empresas estatales es receta para gastar mucho y producir poco. Tercero, la informalidad es un gran enemigo, ya que bloquea el acceso a financiamiento de pequeñas empresas y les impide llegar a más que un puñado de clientes. Cuarto, la educación. La posibilidad de desarrollo educativo formal y el acceso a oportunidades que no estén dadas por la cuna hacen florecer los talentos que la pobreza pisotea. Por último, las barreras al intercambio son abundantes, no solo con el exterior sino también internamente. La burocracia, la falta de infraestructura y la segregación en las ciudades son pequeñas grandes trabas para mayores oportunidades y crecimiento.
Entre más ninguneado sea el crecimiento, más lo extrañaremos y más hablaremos de él. Cuán esperanzador sería para millones de chilenos que el próximo acuerdo político lo tomase en cuenta.