Los que nos dedicamos a las letras solemos pensar en qué ocurriría con una historia si se cambia el punto de vista desde el cual es narrada. Eso se me vino a la cabeza cuando consulté hace un tiempo en Wikipedia la biografía de Pedro de Valdivia y, en una primera lectura, quedé un poco sorprendido porque en el acápite de la causa de su fallecimiento dice simplemente “pena de muerte”. Como se sabe, esta es la máxima pena que aplica un Estado —muchos la han abolido— al responsable de crímenes terribles después de someterlo a un juicio. Mi incomodidad surgía puesto que la biografía de Valdivia siempre me había sido narrada desde el punto de vista del conquistador español, insertada a su vez en un relato histórico en el cual el Estado chileno actual es considerado una continuidad respecto de aquel que Valdivia fundó.
Nadie me dijo que con la revolución independentista se extinguió una comunidad política —la Capitanía General de Chile—, una colonia dependiente de la Corona española, y nació otra nueva, sin nexo alguno con la anterior, llamada “República de Chile”. Más bien lo que se me dio a entender fue que “la independencia” fue una transición respecto a quién y cómo se ejercía el poder, pero que la nación y el Estado —Chile— eran el mismo y se remontaban al siglo XVI. En el relato, Valdivia había sido capturado en el campo de batalla y asesinado cruelmente por las comunidades mapuches que se le resistían. Cambiado, en cambio, el punto de vista del relato y narrado desde el ángulo de las comunidades mapuches que habitaban originariamente el territorio, Valdivia era un invasor cruel y sanguinario, vencido militarmente, juzgado según sus reglas, condenado a muerte y ejecutado.
La elocuente fotografía publicada ayer por este diario me trajo a la memoria otra vez este posible giro narrativo. Mostraba en primera página a una docena de hombres con los rostros cubiertos empuñando armas de fuego que alzaban en señal de rebeldía. Todos estaban de pie, salvo uno que, al centro, se hallaba encuclillado, como en esas poses que adoptan algunos equipos de fútbol de barrio. Vestían modestamente, a la usanza occidental. El grupo que se encontraba a la derecha enarbolaba un cartel en que se leía “Libertad a todos los P.P.M. en huelga”. Estaban instalados en un camino rural y detrás de ellos humeaba una fogata. P.P.M. —averigüé— quiere decir “presos políticos mapuches”. Esta imagen me puso a reflexionar en el peliagudo tema de la legitimidad o ilegitimidad de la violencia y acerca de la validez de las razones que cuestionan la legitimidad de la violencia ejercida por el Estado chileno —como todo Estado asume que la fuerza que ejerce es exclusiva y legítima— en esa zona.