Hasta en la cámara de senadoras y senadores de nuestra República se viven episodios de violencia. Un senador ha denunciado que recibió amenazas de muerte por su postura en el proyecto de retiro de recursos desde los fondos previsionales. Después de esto, cambió su postura.
Vivimos, por cierto, en un clima de violencia, ese virus que ataca al alma. Casi nadie escapa a ella, entre los que la practican, los que la incitan y los que la sufren. Ni el fútbol. Un jugador joven y de pocas luces como Nicolás Castillo se ha dado el lujo de atacar al serio capitán de Universidad Católica, José Pedro Fuenzalida, por el pecado de haber hablado de las fortalezas de Colo Colo y la U.
El caso es que, felizmente, en medio de ese clima aparecen personas que se revelan ajenos a él. En todo orden de cosas, incluso en la política. Y el fútbol también suma personalidades de bien.
Como Marcelo Bielsa, que nos resulta tan querido a los chilenos como hoy le resulta al hincha loiner, que celebra el título y el ascenso del Leeds United. Tal vez no lo sea para todos los chilenos, pero sí para la mayoría. El recuerdo de la campaña del seleccionado bajo su dirección es imborrable y se seguirá escribiendo de ella como hoy seguimos haciéndolo con la Roja de 1962.
Con el rosarino cristalizó la que sería “generación dorada”. Pero no fue solamente el éxito competitivo ni el estilo futbolístico lo que le ganó el cariño y la admiración general. Fue su personalidad, fue su consecuencia, fue su disciplina… tantas cosas que en medio de la confusión en que se vive destacan y brillan. Hombre bueno, sin dobleces, de costumbres sencillas y no un tallador permanente de su perfil.
No es un ganador, eso está claro. En su vitrina, que con seguridad no tiene, no lucen muchos trofeos. Más bien pocos. Pero sus palabras, sus convicciones, se recogen en los medios y muchos las coleccionan para luego ofrecerlas en biografías que agrada leer. Ese es su triunfo, seguramente el más importante (he visto, en cambio, estanterías enormes en hogares donde los dueños de casa exhiben los trofeos que certificarían sus méritos para la beatificación).
Grande, Bielsa.
El otro grande de la semana no aparece en fotografías actuales. Aparece en nuestra imaginación, en nuestro recuerdo.
Creo que nunca olvidaremos a Raimundo Tupper, tan distinto también al medio al que perteneció. También querido. También respetado por compañeros y rivales. Un buen jugador y, por sobre todo, un buen muchacho. Sin estridencia, sin tratos despectivos ni agresivos. Participaba con todos, con sentido del humor y camaradería. Un chiquillo intachable. Liviano en su vida en el grupo, de peso en su afición a la lectura.
El “Mumo” jugó en el club al que su familia ha pertenecido largamente y lo defendió con intensidad desde niño. Como lateral, delantero, incluso volante. Buen jugador.
Se fue, porque decidió irse, hace veinticinco años, que se han cumplido en estos días. Un grupo de seguidores del club ha sugerido que se deje de usar la camiseta con el número que siempre usó, la 14, para siempre. Se está analizando y quiero suponer que se aceptará. Sería justo.
Raimundo Tupper decidió irse a los 26 años de edad. Dejó un mundo en el que no es fácil permanecer.