Es un hecho que el retorno de Alexis Sánchez a la actividad competitiva en Italia ha sido en un nivel superior al que mostraba antes del obligado receso por la pandemia.
En muchos aspectos, el delantero se ve más recompuesto, comenzando por la motivación que exhibe en la cancha. Está más contento. Y eso es mérito también del entrenador, porque a pesar de que Antonio Conte parece extremadamente confuso en varias situaciones (es cosa de observar los cambios que hace y la conformación ilógica de sus escuadras partido tras partido), el DT se la ha jugado por mantenerlo en la estelaridad: cree en él.
Más que eso: Conte tiene la convicción de que el chileno es un jugador importante para su esquema, lo que no es poco para Alexis.
Es sabido que si algo requiere para desplegar su talento, es sentirse, más que gran figura individual, una pieza importante para el equipo. Si Sánchez logra establecer su lugar y su misión en la escuadra, afloran casi de manera natural sus virtudes, tal como aconteció en la mayoría de los equipos en que ha jugado (con las excepciones de Barcelona en alguna medida y principalmente en Manchester United).
Y sucede ahora en Inter: siente que gran parte del peso de la composición ofensiva recae en su habilidad y visión de juego, por lo que, según pasan los partidos, se nota un empoderamiento mayor y, consecuentemente, un mejoramiento sostenido de su nivel de juego.
Sus asistencias son el reflejo de ese mejor posicionamiento. Pero aun contando con eso, es peligroso y exagerado decir que Alexis está de vuelta, que es el mismo de antes, que es “la figura estelar del fútbol italiano”.
Hasta ahora, el rendimiento de Alexis Sánchez sigue siendo disparejo. Desequilibrado. Por minutos, cada vez más, uno lo ve moviéndose acertadamente, exhibiéndose como alternativa, buscando la pelota aunque importe un gran esfuerzo físico. Pero también desaparece, se va al área a pelear una lucha injusta con los zagueros rivales y, claro, pierde protagonismo y estelaridad hasta convertirse en un jugador más en un equipo de pocas ideas.
Se entiende la obsesión del chileno por estar en la zona de definición, en el hábitat de los depredadores. Alexis Sánchez ha vivido de los aplausos que asoman raudos tras una anotación. Pese a que no emergió como un artillero letal, se fue convirtiendo en uno y por cierto que, sea en el equipo que juegue, aspira a ser quien termine inflando las redes y bebiendo la gloria. Es una actitud, más que de divo, de “cabro chico” que es lo que siempre se ha admirado de él).
Pero Sánchez debe entender (y también los que hablan de él) que en esta instancia no puede hacerlas todas. De hecho, nadie sabe si alguna vez volverá a hacerlas como las hacía en la selección o en Arsenal. Está en otro espacio, en una dinámica distinta y de acuerdo a eso deben hacerse proyecciones y fijarse metas.
Por ahora, lo serio, lo lógico, es valorar su renacer y reconocer lo bueno que hace —sus grandes asistencias, su sapiencia, su constante valentía para enfrentar mano a mano a sus marcadores— y no estar dibujando caricaturas. Lo mejor es dejarlo jugar.