La admiración por Marcelo Bielsa, también el cariño e incluso la veneración, no están conectados con los triunfos y tampoco con los campeonatos obtenidos.
Así que la circunstancia del Leeds United vaya y pase rápido, porque en el fútbol así se escribe la historia.
Se puede leer como una excepción que un plantel dirigido por Bielsa, por fin, sea campeón. No pasó en México, Chile, España, Francia y hacía 22 años que no sacaba a un equipo campeón en torneos nacionales. Y Leeds, por favor no olvidarlo, es de segunda.
De lo anterior se desprende con claridad lo antes dicho: no es por eso, no es por ganar ni ser primero, y no es por eso que se le tiene a Bielsa, lo que tanto anhela y persigue la familia del fútbol: respeto.
Si el verbo a conjugar fuera triunfar, en ese tiempo lejano, Bielsa habría seguido en Chile al mando de una selección que avanzaba engrasada e implacable a velocidad de crucero en busca de una Copa América y luego de otra, pero tuvo una mezcla de intuición, sospecha y escozor, algo le picó en la piel y acaso en la conciencia, que con esa gente no podía trabajar. La gente que se quedó y permaneció, por cierto, se convirtió en triunfadora: Sergio Jadue y su flamante directiva.
Marcelo Bielsa, si solo se tratara de palmarés y coronas, sería más bien un perdedor, es decir, alguien que no está destinado a componer la historia, porque los autores, es lo que habitualmente se dice, la protagonizan y firman los ganadores.
En inglés se escribe “winner” y se pronuncia “uiner”, como todos sabemos, y hay gente que gana y además se siente ganadora, como si de esta única materia estuviera hecho el fútbol.
No hay más opuesto a Bielsa que un winner.
En la banca se viste con buzo y no con ropa deportiva elegante o informal y elegante. Y en la vida diaria a lo mejor no anda con el mismo buzo, pero sí con algo similar y normal. Demasiado normal.
No tiene la ambición, la paciencia y tampoco el rostro de los que incursionan en publicidad.
Si algo no quiere es crear escuela, porque no es un ejemplo para nadie y solo habla en las conferencias de prensa (demasiado) y el resto del tiempo se mantiene callado, por algo evidente: no tiene nada que decir.
Lo hace feliz el fútbol y su encanto, y en ningún caso los campeonatos ocasionales y fugaces.
Concretamente, en el pasado, la selección chilena bajo su mando contaminó a la sociedad con un mensaje ciudadano limpio y claro: pueden ser mejores. ¿Mejores en qué sentido? ¿Cómo jugadores o cómo personas? Cada uno sabrá lo que hace.
Es probable que sentimientos similares, siempre gracias al fútbol y a su oficio de entrenador, los haya provocado en Bilbao y ahora en la ciudad de Leeds.
Lo que importa, en todo caso, es que por distintos motivos a Marcelo Bielsa se le quiere y respeta. No es fácil ni habitual encontrar un hombre honrado. En el fútbol y en cualquier parte.