Ian McEwan (1948) es uno de los escritores ingleses más brillantes y versátiles de su generación, una generación que se dio a conocer en la década de 1980 y produjo a una constelación de autores —Martin Amis, John Banville, JeanetteWinterson, entre otros— que renovó el entonces alicaído panorama de las letras insulares. En general, McEwan ha explorado temas que son tabúes, macabros, siniestros (
El inocente, Expiación), pero también ha mostrado talento para la comedia (
Amor perdurable, En las nubes), en tramas mordaces y virulentas.
La cucaracha, de reciente publicación, se sitúa en la última tendencia. Tanto el título como el comienzo de la novela son una reelaboración de las primeras páginas de
La metamorfosis, de Franz Kafka. La diferencia capital con ese clásico es que aquí se invierten de manera radical los términos de la pesadilla kafkiana: ahora la cucaracha es la protagonista y, para su consternación, descubre que, de un día para otro, se ha convertido en un enorme ser humano. Y ese colosal hombre es nada menos que Jim Sams, el Primer Ministro del Reino Unido. Por si fuera poco, él no es el único insecto que se ha transformado en político que se desplaza por las altas esferas del poder, ya que es acompañado por una gran variedad de inmensos bichos que lo asisten en sus gestiones nacionales e internacionales o bien actúan estridentemente en la oposición al gobierno, en los sindicatos y organizaciones gremiales, en los medios de comunicación, en las redes sociales, en fin, donde sea y cómo sea.
El Primer Ministro convoca al pueblo con el fin de colocarse por encima de todo y de todos: los partidos contrarios, los disidentes de su propio movimiento, el Parlamento e inclusive las normas más elementales de la democracia. Su proyecto para hacer de su nación la más poderosa del mundo consiste en una delirante teoría económica llamada “reversionismo”. La deslumbrante idea matriz de este plan consiste en el llamado flujo inverso del dinero: uno debe pagar por trabajar, y a su vez, recibe cantidades en efectivo por cada ocasión en que compre. Tanto Jim como sus adláteres pretenden haber demostrado científicamente que este descabellado sistema solucionará para siempre todos los problemas, no solo en Gran Bretaña, sino en el resto del orbe.
Por más que McEwan ponga la habitual nota en el sentido de que
La cucaracha es una ficción “y cualquier parecido con las cucarachas, vivas o muertas, es pura coincidencia”, la verdad es que cualquier lector se dará cuenta de que no hay tal: el Presidente norteamericano se llama Tupper y corresponde sin duda a Trump; a la Canciller alemana se la designa simplemente así; los gobernantes de Italia, Francia, Rusia u otras potencias son de inmediato reconocibles y tenemos inclusive personajes públicos tan famosos que McEwan ni siquiera se molesta en alterarles el nombre o la apariencia: cantantes, estrellas de cine y televisión, deportistas, militares, artistas, científicos, súbitos astros de los medios digitales, o sea, de un cuanto hay.
La cucaracha, pese a que la historia deriva del libro de Kafka, con el fin de retratar un ambiente, una realidad, un universo que resulta demasiado kafkiano, presenta, según los editores declaran con acierto, otro referente: Jonathan Swift, el gran maestro en el arte de utilizar el humor o la sátira desenfrenada para exhibir la estupidez humana y combatirla. Claro que ahora McEwan deja de lado cualquier asomo de flema o contención, para dar lugar a la perplejidad, la indignación y la santa ira con el propósito manifiesto de denunciar la abismante degradación de la clase política y los terribles peligros que esta situación trae aparejados.
Un problema serio de este breve y contundente volumen probablemente reside en que hay que ser ciudadano o habitante de las islas anglosajonas para entender cuánto sucede en él. Desde luego, todos conocemos algunas generalidades acerca de lo que, durante siglos, fue el imperio más grande del planeta. Sin embargo, ninguna persona se encuentra obligada a estar al día en los tejemanejes parlamentarios, en las particularidades de los organismos estatales, en la forma de elaborar el presupuesto, en las mociones a las que se acude en la Cámara de los Comunes, en los porcentajes requeridos para aprobar leyes; en suma, en el conjunto de un complicadísimo mecanismo sociopolítico y cultural que ha hecho de la patria de McEwan un ejemplo de pluralismo y ejercicio de la soberanía popular, aun cuando en el presente quizá esté de capa caída. Aun así, estamos ante un texto poderoso e inteligente.