Desde mañana podrán entrenar los clubes de primera división. La A y la B. Eso está claro. Lo que no lo está es la fecha de reanudación de los campeonatos. Será el 7 o el 14 de agosto. Es la duda.
Y esa es la característica que más toca al ánimo de la población en la pandemia: la incertidumbre. ¿Hasta cuándo durarán las restricciones? ¿Resultarán los desconfinamientos? ¿Qué vigencia inmunitaria tendrán las vacunas en desarrollo? Dicho así: ¿qué nos espera en el futuro? Más dramático aún: ¿habrá futuro?
Recuerdo haberle dicho más de una vez a Julio Martínez que el fútbol se terminaría jugando en un estudio en vez de un estadio. Julio, un enamorado del pasado y en particular de los años 1960s, se molestaba con la observación y se la recordaba cuando se daba la ocasión para que me contestara con algún chilenismo, lo que hacía con mucha gracia. No era en tiempos de pandemia, sino por la violencia en las canchas. “Se va a jugar para la tele, Julio”.
Ocurre que ahora solamente tenemos claro que los campeonatos chilenos, como en casi todas partes, se jugarán sin público. Para la tele y los televidentes, que son, a fin de cuentas, el público. Habría que decir, entonces, que se jugará “sin público presencial”.
Hace muchísimos años se dijo en esta columna que el componente esencial del fútbol profesional es, precisamente, el público. Se puede jugar de muchas maneras, pero sólo es profesional cuando hay suficientes personas para ver el juego y, lo más importante, dispuestas a pagar por verlo. Sin ello será siempre fútbol amateur.
En el fútbol aficionado se juega por gusto y ganas, en el profesional se juega por eso mismo y, además, por dinero.
Tengo dudas de si alguna vez se jugó por el puro gusto y las ganas. Ya en los tiempos olímpicos los atletas corrían, saltaban y luchaban por algo, recorriendo las ciudades con exhibiciones que les significaban comida, bebida y quién sabe qué más. No habría un “Olympic Tour”, como se llamaría hoy, pero les rentaba.
Cuando en nuestras antiguas canchas los rivales montaban sus parrillas y garrafas al final de los partidos, no sé si tenía algún sentido utilitario o eran solamente para saciar la sed y el hambre después de la dura justa deportiva. Tampoco sé si todas las canchas de entonces estaban cerca de alguna acequia para asearse.
Y esta duda me lleva a otra, esta vez actual: el retorno a los entrenamientos de mañana establece que los jugadores, al final de la práctica, deberán secarse el sudor con una toalla que deben llevar obligatoriamente en su bolso, junto con una botella de agua. Una vez seca la cara, deben partir rápidamente a su automóvil y, una vez en casa, ir a la ducha.
¿Cuál es mi duda? Saber qué habría dicho Jota Eme si supiera esto. Allá arriba se debe estar riendo al imaginar a los astros todos traspirados en sus lujosos automóviles (en todo caso, no quiero ser yo quien suba a contárselo. Todavía no…).