Ahora parece necesario “refrescar” algunos puntos de nuestra fe. Siendo Jesús el sembrador, su Palabra la “semilla” y nosotros la “tierra”, queda en evidencia que no es inocuo prepararnos para recibir la siembra y que no es fortuita la fecundidad de la tierra. Claramente dice el Señor: “El resto cayó en tierra buena y dio fruto: un grano dio cien, otro sesenta, otro treinta” (Mt. 13, 8). Esto nos plantea una cuestión tan obvia, pero muchas veces bastante olvidada: la vida cristiana requiere del trabajo perseverante de cada uno para forjar el propio corazón, porque no da lo mismo lo que se haga, cómo se viva ni las decisiones que se adopten.
Esto resulta especialmente relevante para una cultura “bipolar” que está signada por el relativismo y por el exitismo. Por un lado, se desvaloriza el esfuerzo, se esconden los deberes y se tiñe de ambigüedad muchas situaciones que solo erosionan la “tierra” del corazón; pero, al mismo tiempo, somos exigidos para obtener “éxito”, comprendiéndolo rígidamente como sinónimo de conquistas, números, visibilidad y estética, lo que dista mucho de los parámetros de la fecundidad evangélica.Esta “bipolaridad” tiene expresiones muy concretas: el prototipo cultural del relativismo es lo “ambiguo”, donde nada parece estar definido y donde todo es posible, anestesiando la conciencia hasta los límites de lo ridículo;
y el prototipo de la fecundidad mundana, por el contrario, es el “rígido” éxito asociado a categorías bien definidas como son los logros profesionales, económicos, materiales y estéticos, insinuándose que ahí está la verdadera felicidad. Detrás de todo esto se esconde una mirada del hombre efímera y poco libre, que lo sitúa como incapaz de ir a contracorriente, de asumir desafíos de cambio interior, de abrazar sacrificios de conversión, de apreciar los “éxitos” espirituales, que son la más valiosa fecundidad.
Lejos de esta visión “bipolar”, el Señor cree en nosotros, siembra su Palabra y nos invita a trabajar para ser “tierra” buena, comprometiéndose a labrar con nosotros el corazón y a hacernos gozar de la auténtica fecundidad.
Acogiendo la propuesta del Evangelio de hoy, lo primero que se concluye es que podemos ser buena tierra —y podemos no serlo— y, por lo tanto, debemos hacernos cargo de eso al momento de abrazar el cristianismo. Eso implica un permanente ejercicio de discernimiento, de revisión de vida, para descubrir cuáles son las “malezas”, las “piedras” o las “durezas” que dificultan que la tierra del corazón sea fecunda y “sacarlas”. Ese camino tiene un nombre claro: conversión.
Limpiar la tierra y prepararla, en leguaje sencillo, es rectificar y avanzar, aceptando que el camino que nos propone el Señor implica opciones, decisiones y abandonos en base a criterios que son nítidos —no relativos—, y que brotan del Evangelio.
El relativismo hace difuso el bien y el mal, engañando al hombre sobre su propia verdad, confundiendo el camino y enredando el discernimiento. La vida cristiana es colaboración con la gracia, mirando y actuando humildemente, pero con decisión sobre las malezas —sin vestirlas de “azucenas”—, reconociéndolas por su nombre, bajo la luz de la única norma de vida del cristiano: El Evangelio.
No podemos soslayar, finalmente, el tema de la fecundidad. Recordemos que en Palestina, una cosecha normal daba el siete por uno, por lo que era sorprendente hablar de un rendimiento del treinta, sesenta o cien. Equivalía a desbordar la previsión más optimista. Esta “exageración”, conscientemente provocativa, nos sitúa en la misericordia de Dios que hace que la tierra buena siempre sea fecunda, aunque no siempre siguiendo los cánones del mundo.
El Señor parece sugerirnos que lo central para la fecundidad está en la disposición de la tierra y en que la fecundidad será fruto de la gracia que riega el corazón, expresándose en un bien para quien lo produce y para quien lo recibe.
Adentrados en esta cuarentena, que parece no terminar y que nos tiene con nostalgia eucarística, tenemos la oportunidad de mirar más lejos y más hondo para evangelizar nuestros criterios y avanzar en una mirada cada vez mas evangélica, capaz de apreciar especialmente en este tiempo la semilla de la Palabra que cae entre nosotros para dar frutos.
Feliz domingo.
“El resto cayó en tierra buena y dio fruto: un grano dio cien, otro sesenta, otro treinta”.
(Mt. 13, 8)